Si algo ha revelado el conflicto árabe-israelí es una suerte de indecorosa sinergia existente entre no pocos medios de comunicación, un grupo de ONG que alguna vez fueron respetables, y entidades y agencias internacionales cooptadas por la ideología, con el fin de avanzar la “narrativa” o, mejor dicho, una de las estrategias palestinas en particular que, en realidad, fue diseñada y puesta en marcha en los años 1970 por la Unión Soviética con la infame equiparación del movimiento por la autodeterminación del pueblo judío, el sionismo, con el racismo. Su objetivo presente es el mismo: el acoso y derribo del estado judío tal como se lo conoce, mediante la demonización, deslegitimación y aislamiento del mismo al ser señalado como inextricablemente racista – lo que, se pretende, justifique su “desmantelamiento” (erradicación), así como el terrorismo palestino (comercializado romántica y mediáticamente como “resistencia”).
De ahí, pues, que referirse en medios de comunicación a ese conjunto de ONG – y a agencias como UNRWA, por ejemplo – como fuentes de información resulte doblemente falaz: por un lado, lo suyo, en lo que a este conflicto se refiere, es, antes bien, una escenificación emparentada con la propaganda, cuyo fin no es mejorar el estado de los derechos humanos, sino, por el contrario, contribuir al propósito de una de las partes en conflicto; y por otro, porque se omite identificarlas como, a esta altura se hace patente, actores del mismo. Parte interesada que presenta un material como mínimo defectuoso, cuando no, ya, propio del dominio de la desinformación.
Su fiabilidad es, por tanto, si no nula, sí seriamente dudosa: la elección de personal y de “expertos”, la seriedad de su trabajo, su propio comportamiento interno; advierten de su activismo, y ponen muy en entredicho la prioridad que asignan a los derechos humanos. Todo ello debería inducir a los profesionales de la información a redoblar su esmero profesional y a tomar las declaraciones de estas organizaciones, así como sus investigaciones y sus informes, con pinzas; es decir, a contrastarlas cuidadosamente y a consultar con otras fuentes y voces (autorizadas y discordantes) antes de presentarlas a sus audiencias.
Pero el busilis del asunto es que una buena parte de los periodistas que cubre este conflicto para el mundo hispanohablante también se dedica al comercio de la misma propaganda. Al mismo activismo.
Así, no es de extrañar que la imagen que de Israel que prevalece entre una buena parte de la audiencia sea negativa – y la de los palestinos, tan necesaria como condescendientemente positiva. A fin de cuentas, como señalaba Manuel Castells en su trabajo Comunicación, poder y contrapoder en la sociedad red: Los medios y la política, la producción social del significado, la batalla de la opinión de las personas se juega en gran parte en los procesos de comunicación.
Y es en el corazón de ese proceso donde coinciden esas NGO y muchos medios de comunicación. Las ONG facilitando acaso no tanto el contenido sino la ilusión de algo que sucede autónoma y separadamente (y otorgando, a su vez, una pátina de desinteresado humanitarismo); algo – como un rastro de evidencias que explican o cuentan un hecho – que el periodista “sale” a indagar, imparcial, incorruptible. Acaso, en esta imagen del periodismo reside en buena medida la confianza de la audiencia. La que, en última instancia, precisamente hace innecesario que la audiencia vaya a las fuentes – por ejemplo, prescindiendo de leer íntegramente los informes de las ONG y el material publicado como respuesta a los mismos; y confiando, en su lugar, en lo que el medio de su elección le dice, le resume, sobre el mismo; con lo que su “opinión”, su posicionamiento (su indignación, o la emoción que toque) vendrá en buena media determinada por esa confianza, y será menos suya de lo que cree.
El conflicto, así, se reduce – silenciamiento mediante, y promoción de unas voces sobre otras – a lo que afirman dichas ONG que es, y que ciertos medios validan: un retrato simplificado, caricaturizado, maniqueo, que dista de dar cuenta del conflicto en su complejidad: su presente, su pasado, sus actores, las responsabilidades que a cada uno le caben. Y es que, para divulgar una dicotomía tajante, no sólo basta con afirmar, con repetir un cierto concepto, un determinado estereotipo, sino que urge complementarlo de manera imprescindible con la omisión de los aspectos negativos de la otra parte de la dualidad, la que se busca presentar favorablemente – no tanto por sí misma, sino sobre todo como contracara, como medida ineludible de la otra. No en vano, Robert M. Entman (Framing: Toward Clarification of a Fractured Paradigm) decía, como si indicara con anterioridad en CAMERA Español, que “la mayoría de los marcos se definen por lo que omiten, así como por lo que incluyen, … para guiar a la audiencia”. En tanto que Castells añadía que “la cuestión principal no es la modelación de la opinión través de mensajes explícitos en los medios de comunicación, sino la ausencia de un contenido determinado en los medios. Lo que no existe en los medios no existe en la opinión del público, aunque tenga una presencia fragmentada en las opiniones individuales”.
La “vileza”, pues, sólo puede existir del lado israelí. Debe ser algo rotundamente claro – y de ahí, consecuentemente, la inocencia del palestino. Esto se define mediante un léxico elemental y preciso, así como a través de los silencios, las distorsiones, las fabricaciones y las complicidades. A su vez, esta estructura constreñirá a todos estos elementos, al marco, en definitiva. Fuera de esto, nada existe – porque no hay matices, no hay sorpresa -: fundamentalmente, se está a favor o en contra de lo publicado (de la imagen). Estar en contra (desde una posición afín a Israel al escepticismo de la información presentada) equivale a adherir a las mismas características negativas que reducen a la “otra parte”, es decir, se ajustan al estereotipo elaborado del “otro”; y por tanto, son dignos de calumnia.
Precisamente, Fernando Savater (Panfleto contra el todo) decía que los órganos de opinión mayoritarios son tales, no en el sentido de que la vehiculen y den cauce, sino en el de que la organizan y crean desvergonzadamente:
“La calumnia [que ejercitan contra el discrepante], en primer término, aspira a dejar al oponente en un inocuo fuera de juego político. Los medios son diversos; en el siguiente párrafo señala Ritter los más comunes: ‘La minoría de disidentes se hace tan pequeña (o se dice que es tan pequeña) que se los puede presentar como carentes de importancia o se los puede difamar como locos irremediables o como malvados reaccionarios o ‘enemigos del pueblo’. […] En el fondo sólo hay libertad para obrar en dirección de la ‘voluntad general’. Y como esta … no se presenta nunca por sí misma, sino que ha de ser creada, sólo hay libertad para el pequeño grupo de activistas que tiene en sus manos los instrumentos de la opinión pública. Quien se resiste a esta participación ‘se excluye a sí mismo, como suele decirse, de la comunidad del pueblo’”.
La finalidad de la relación entre algunas ONG y periodistas – ergo, de la disolución de los límites entre ambas actividades – es, pues, la de moldear los mensajes (“información”/”noticia”) que llegan a la audiencia: es decir, de transformar al público en un involuntario consenso y en una suerte de eventuales misioneros digitales del mensaje, que es una reclasificación del conflicto en algo que no es: lo político y territorial, en racial; que permite sugerir una resolución que implica la exclusión (y posterior remoción) de una de las partes.
Justamente, para consumar el deseo ostensible del liderazgo palestino (la eliminación del estado judío) se hizo necesaria la ficción de usurpar la realidad con una fabricación que, por lo demás, resulta de un hurto que banaliza, rebaja, el concepto sustraído: si Israel es, como se difama, un “apartheid”, entonces en Sudáfrica hubo parlamentarios negros, no había discriminación en profesiones, en barrios… En fin, el apartheid no fue apartheid. Todo vale para difamar. Hasta devaluar la segregación racial sistemática, reglamentada, oficial sudafricana, a casos de discriminación puntuales. Un cachetazo a los derechos humanos. A la historia. Al porvenir – porque aquello de quien desconoce la historia está condenado a repetirlo, ya no tendrá sentido.
Entre tanto, para una de las formas más bajas de la ideología, para el simulacro de quehacer humanitario, lo que se ha depreciado, aún sirve para ejecutar un chantaje emocional y moral que busca el vasallaje de las voluntades, de las opiniones, del escepticismo y de la crítica, para aislar a un estado. Uno solo. El judío.
Organizaciones con fines políticos
“… los uigures se enfrentan hoy a las amenazas de la inmigración china Han, las políticas de desarrollo planificadas centralmente y las medidas antiterroristas recientemente reforzadas. […] Sin embargo, no han logrado inspirar a las amplias redes extranjeras que financian generosamente a los [palestinos]. Ni hay pegatinas en los parachoques que aboguen por la liberación del Turkestán Oriental. Ni hay estrellas de Hollywood ni magnates de empresas que escriban artículos a favor de los uigures. Ningún líder uigur ha visitado a un presidente estadounidense ni ha ganado el Premio Nobel de la Paz”, describía Clifford Bob en The Marketing of Rebellion.
Ni, puede agregarse, las ONG más relevantes le han dedicado el tiempo, el esfuerzo y ni el ímpetu mediático y en las redes sociales, que el que dedicaron, y dedican, a la fabricación de un Israel análogo a la Sudáfrica del apartheid. Ni los medios, ni la cobertura le han destinado enviados especiales, corresponsales, columnas y artículos diarios; ni tuits y re-tuits y hashtags e indignaciones. Los bravos defensores del mundo, los autoproclamados campeones de la moral están ausentes para los uigures. Como lo están fundaciones, activistas y burócratas del mercado de la solidaridad y la moralidad.
Esta perspectiva mercantilista impide, como señalaba Bob, una “meritocracia del padecimiento, en la que los grupos más desfavorecidos obtengan necesariamente la mayor ayuda. […] Normalmente hay poca relación entre el grado de opresión de un grupo y su nivel de notoriedad [o favor] externa”. De manera que, continuaba, es inexplicable, para quienes perciben a las ONG principalmente como actores éticos, “cómo se toman estas decisiones, por qué unos pocos grupos solicitantes son seleccionados para una mayor atención mientras que la mayoría se quedan en el camino” – y explicar sus elecciones como un resultado de la “moralidad” o de “principios”, decía, ofrece poco sustento analítico; antes bien, “las ONG tienen fuertes incentivos para dedicarse a aquellos cuyo perfiles se acerquen más a sus propios requisitos, no necesariamente al grupo más necesitado”.
En este sentido, Matthew Powers (Contemporary NGO–Journalist Relations: Reviewing and Evaluating an Emergent Area of Research) apuntaba justamente que los académicos encuentran que las ONG más importantes, “como Amnistía Internacional y Human Rights Watch, eligen las causas de acuerdo a sus propias necesidades organizativas (por ejemplo, marcos culturales relevantes y capacidades lingüísticas) más que debido la gravedad o la necesidad”.
Basta con echarle un vistazo a Amnistía Internacional, por ejemplo, una ONG que tiene una especial fijación con Israel y mucha mano izquierda con el terrorismo palestino (tanto, que prácticamente lo obvia), y a la que el antisemitismo le importa más bien poco; y cuya rigurosidad metodológica, es, siendo extremadamente generosos, muy dudosa. Es, pues, una ONG que, cuando de Israel se trata, tienen una relación extremadamente laxa con la verdad y con los sus propios criterios evaluativos.
Pero quizás el asunto no sea tan indescifrable. Después de todo, y como informaba el Jerusalén Post en 2020, “el director ejecutivo de Human Rights Watch, Ken Roth, aceptó una importante donación de un magnate inmobiliario saudí prometiendo no apoyar la defensa de la comunidad LGBT en Oriente Próximo y en el Norte de África. […] ‘[HRW] aceptó una cuantiosa donación de un multimillonario saudí poco después de que sus propios investigadores documentaran abusos laborales en una de las empresas del empresario, una posible violación de las propias directrices de recaudación de fondos del grupo de derechos’”.
En 2009, la organización NGO Monitor apuntaba que en mayo de ese año, “dirigentes de Human Rights Watch (HRW) visitaron Arabia Saudí -uno de los principales infractores de las normas que HRW afirma promover- para recaudar fondos para la organización. Las noticias árabes informaron que ‘altos cargos’ de HRW -entre ellos la directora de la División de Oriente Medio, Sarah Leah Whitson, y Hassan Elmasry, miembro del Consejo de Administración Internacional y del Comité Asesor de la División de Oriente Medio- asistieron a una ‘cena de bienvenida’ y animaron a ‘destacados miembros de la sociedad saudí’ a financiar su trabajo. La obsesión antiisraelí de HRW se declaró como la principal razón para recaudar fondos saudíes: ‘El grupo se enfrenta a una escasez de fondos debido a la crisis financiera mundial y al trabajo sobre Israel y Gaza, que agotó el presupuesto de HRW para la región’”. El llamamiento de Whitson a financiar la organización “reconocía y citaba ampliamente el enfoque antiisraelí de HRW, afirmando que ‘Human Rights Watch proporcionó a la comunidad internacional pruebas de que Israel utilizaba fósforo blanco y lanzaba sistemáticamente ataques destructivos contra objetivos civiles’”.
Según NGO Monitor, Whitson también explicó a los dirigentes saudíes “el papel de HRW en las actividades antiisraelíes en el Congreso de Estados Unidos y en las Naciones Unidas”, y “se jactó de que esta campaña de propaganda había sido decisiva para que la ONU enviara una ‘misión de investigación de las denuncias de graves violaciones israelíes durante la guerra de Gaza’, dirigida por el juez Richard Goldstone, que en aquel momento también era miembro de la junta directiva de HRW”.
Lo que resulta revelador, porque, como comentaba Matthew Powers (Opening the news gates?Humanitarian and human rights NGOs in the US news media, 1990–2010), “las ONG humanitarias y de derechos humanos se benefician de un clima político en el que su discurso común – los derechos humanos – goza de una amplia aceptación pública”. HRW y Arabia Saudita y sus coincidencias a este respecto acaso versen tanto sobre qué son derechos humanos, sino sobre cómo es posible instrumentalizarlos. Mercadería; que a fin de todo, todo parece tener un precio, y que todo es dable de aprovecharse para un usufructo distinto (aunque en el uso el elemento se dañe).
Entonces, ¿qué otra cosa, además de la financiación podrían necesitar estas ONG?
Visibilidad.
Pero no cualquiera, claro está; sino una que se apoye de manera acrítica en el prestigio de antaño, no en este de ahora, tan desprestigiado, tan opaco, tan de subasta. Por eso mismo, el otro ingrediente que precisa es el silencio, la omisión – aquella que mencionaba antes Entman.
Presencia mediática como adalides de los valores humanos – con la supresión de aquello que refuta o pone en muy en duda lo que fingen ser (y las propias miserias también, o sobre todo).
Una perspectiva que, en el caso de este conflicto, a más de un medio y de un periodista – o activista disimulado en la reputación tiene (o tuvo) la profesión -, parece haberlo seducido hace tiempo.
Unos y otros prestándose un renombre que no tienen, pero que aún parece engañar (o servir) a una parte de la audiencia. Todo parecen ser beneficios: unos obtienen material; los otros, visibilidad. Negocio redondo para ambos. No así para la información y los derechos humanos.
Límites borrosos
En su artículo Beyond boon or bane: Using normative theories to evaluate the news making efforts of NGOs, el ya citado Powers señalaba que para algunos académicos “el aumento de los esfuerzos informativos de las ONG difumina los límites entre periodismo y activismo (advocacy), con implicaciones negativas para ambos. En el caso del periodismo, a algunos les preocupa que la creciente importancia de los materiales de las ONG amenace con convertir a los medios de comunicación en una plataforma para la promoción y la recaudación de fondos. De Waal, por ejemplo, sostiene que, como los periodistas dependen de estos grupos para acceder a las noticias, es poco probable que adopten una postura crítica sobre el trabajo que realizan estos”.
Además, refería que Cottle y Nolan sugieren que la forma en que algunas organizaciones atraen la cobertura de los medios de comunicación (por ejemplo, regionalizando historias, desplegando celebridades para atraer el interés de los medios, etc.) “se desvía prácticamente de su cometido principal… y fragmenta simbólicamente la ética históricamente fundada del humanitarismo universal”. Y añadía que, por su parte, Bob constata que, en su afán por captar la atención de los medios de comunicación, muchos grupos (ONG) acaban seleccionando causas y temas que coinciden más con los intereses de los periodistas que con las necesidades de los individuos y grupos que solicitan ayuda.
El mercado y la notoriedad pueden, para muchas organizaciones, más que aquello por lo que abogan. Pero entonces, ¿qué queda?
Queda el nombre y la ambición de fondos. No en vano, Powers decía que una de las formas en que se desvían algunas ONG de sus ideales discursivos es la tendencia a utilizar su visibilidad para recaudar fondos antes que para facilitar el debate. Uno de los efectos de este “enfoque adaptativo”, continuaba el autor, es que las ONG tienden a evitar los debates sobre las causas profundas de los problemas que describen – así, en este caso, desaparecen la negativa inicial árabe al Plan de Partición, las guerras de agresión árabes que siguieron, el terrorismo palestino. De la misma manera que se desechan los verdaderos objetivos de los líderes palestinos tal como están claramente descritos en las cartas y constituciones de la OLP, Fatah o Hamás. Lo que vende es otra cosa, distinta de la realidad.
Con lo que se hace prioritario posicionar su mensaje (sin notoriedad, no hay argumento recaudador; se vuelven accesorias). De hecho, Silvio Waisbord (Can NGOs Change the News?) sostenía que las ONG dedican mucho esfuerzo para conseguir espacio en los medios de comunicación para enmarcar los debates públicos, los problemas y a los adversarios, tanto para promover sus causas en la esfera pública como para obtener validación ante diversas audiencias. Estas apariciones en los medios de comunicación, decía Waisbord, crean “marca” – o, dicho de otra manera, una mejor condición para conseguir financiación.
Maridaje entre medios y ONG
Ruth Moon (Getting into living rooms: NGO media relations work as strategic practice) apuntaba que “las investigaciones sugieren que las ONG y los periodistas encuentran su relación mutuamente beneficiosa”.
Al menos el conflicto árabe-israelí da amplia cuenta de ello. En CAMERA Español se ha señalado ya en numerosísimas ocasiones que la alusión a al menos una ONG es ya casi un elemento preceptivo en toda crónica que se incline a un retrato negativo de Israel – y a una exoneración (necesaria para tal marco) del liderazgo palestino. Para lo cual, claro está, no se recurre, a cualquier ONG, sino precisamente a aquellas que presentan ese mismo sesgo, ese posicionamiento – también CAMERA Español ha nombrado a muchas de ellas en reiteradas ocasiones.
Después de todo, como explicaban James Ettema y Theodore Glasser (Narrative Form and Moral Force: The Realization of Innocence and Guilt Through Investigative Journalism), las noticias son una “realidad selectiva” con “su propia validez interna”, y esa “realidad selectiva puede distinguirse tanto por sus temas recurrentes como por sus formas peculiares. De hecho, la forma es un tema, quizás incluso el tema, de la noticia”.
Y, acaso como elemento central de una crónica, se encuentra la narrativa que, sostenían David Buchanan y Patrick Dawson (Discourse and Audience: Organizational Change as Multi-Story Process), amén de tener funciones e intención causal, no es neutral puesto que son los autores los que deciden qué información presentar. Por ello, concluían, la labor de informar (reporting) es una actividad con una intención política; es decir, existe intención persuasiva y politización.
Con lo que, para quienes pretenden imponer una visión particular, política, ideológica, sobre un tema – al punto de reformularlo -, el formato informativo parece ser, pues, ideal. Los propios Ettema y Glasser explicaban que “los hechos se seleccionan en función de la historia, pero, más que eso, los hechos y la historia se constituyen mutuamente”. Y citaban luego a White, que decía que esto significa que “la forma de las relaciones que parecerán inherentes a los objetos… habrán sido impuestas en realidad al campo por el [redactor] en el acto mismo de identificar y describir los objetos que encuentra allí”.
No en vano, ciertas ONG han buscado una suerte de maridaje sobre todo con aquellos medios que les dan, además de la preciada visibilidad, de la posibilidad de enmarcar los sucesos de turno de acuerdo con sus agendas y la posibilidad de mantener un halo de prestigio y de autoridad (moral) – que repercutirá positivamente en su credibilidad y en su búsqueda de financiamiento.
Moon – que sostiene que las ONG influyen en las noticias tanto indirectamente, como ‘fuentes’, así como directamente, como ‘reporteros’ y fotógrafos – ilustraba el impacto mediático creciente de estas organizaciones:
“Por ejemplo, un análisis del contenido de las noticias en The New York Times y el londinense The Guardian muestra que las citas de dos de las principales ONG de derechos humanos (Amnistía Internacional y Human Rights Watch) se duplicaron de 1980 a 1990”.
Esto se explica porque, como advertía Silvio Waisbord, dichas organizaciones producen y movilizan mucha información con el fin de influenciar las agendas políticas y de persuadir a la opinión pública (de imponer imágenes, interpretaciones).
Cabe añadir que la dinámica mediática incide en dichas organizaciones. Según el propio Waisbord, algunas ONG han cedido voluntariamente a los sesgos profesionales de los medios de comunicación, y han adaptado sus estrategias a los intereses del periodismo dominante en términos de conflicto, espectáculo y acontecimientos noticiosos.
Powers afirmaba precisamente que otra de las formas en que las ONG fracasan a la hora de cumplir sus objetivos críticos, es su tendencia a promocionar en exceso cuestiones que ya están en el punto de mira de los medios de comunicación – es decir, a plegarse a los intereses mediáticos.
Sí, naufraga sin duda su finalidad – de la que igualmente se siguen valiendo para teatralizar dignidad de un compromiso que no se ha corrompido -, pero la salud mediática y financiera de estas ONG parece beneficiarse. Por ello, como apuntaba Powers (Opening the news gates? Humanitarian and human rights NGOs in the US news media, 1990–2010), existen investigaciones que sugieren que las ONG aparecen con más frecuencia en crónicas que se centran en el pequeño número de países en los que los medios de comunicación ya tienen interés”. Lo que, resaltaba, lleva a algunos estudiosos a expresar su preocupación por el hecho de que el acceso a las noticias de las ONG refuerce, en lugar de desafiar, las normas relativas a la construcción de las noticias internacionales.
Así, casi como una consecuencia lógica de todo lo expuesto, este autor (The Structural Organization of NGO Publicity Work: Explaining Divergent Publicity Strategies at Humanitarian and Human Rights Organizations) afirmaba que la publicidad de las ONG tiende a exagerar problemas existentes de manera de maximizar sus beneficios financieros.
Pero, claro, por qué no habrían de ceder a la lógica mediática si esa visibilidad es precisamente tras lo que estaban.
Acaso, podrían anhelar a una mayor maleabilidad mediática. Y en ello aparentemente están: Moon comentaba que “las ONG también facilitan el acceso, acogiendo cada vez más a periodistas en el extranjero y, a veces, pagando a estos reporteros freelance o de plantilla para que visiten lugares de difícil acceso. Estos viajes plantean complicados dilemas éticos y prácticos a los periodistas implicados, y estos dilemas han sido documentados en la prensa popular y en la académica. […] los periodistas participan cada vez más en esos viajes…”.
Una gran alianza, sin duda. Eso sí, mala para la información y para aquello por lo que esas ONG dicen propugnar. Pero no se puede pretender tenerlo todo.
Dentro de la primera de las consecuencias negativas puede seguramente computarse lo que apuntaban Wilhelm Kempf y Stephanie Thiel (On the interaction between media frames and individual frames of the Israeli-Palestinian conflicto):
“Contrariamente a lo que esperábamos, los participantes [en la investigación] que se posicionaron a favor de Israel tenían más conocimientos sobre el conflicto que los que se posicionaron a favor de los palestinos… Este resultado también es un motivo para suponer que, o bien que los que se posicionaron a favor de los palestinos sobrestimaron sus conocimientos, o que los que se posicionaron a favor de Israel los subestimaron…”.
El incesante goteo de una cobertura mayoritariamente partidista, que se apoya en la “experiencia” de ONG que han demostrado cómo su neutralidad está seriamente comprometida, sin duda tienen algo que ver en este resultado: esta situación crea la ilusión de información; de conocimiento, de verdad; pero lo que probablemente la sustenta sea una mezcla de preconcepciones políticamente motivadas, fabricaciones y una buena dosis de mal quehacer profesional.
¿Pueden ser estas ONG consideradas fuentes de información?
“Al leer artículos noticiosos, es posible que los individuos asuman que las fuentes de noticias poseen cierto grado de integridad periodística [algo que puede suponerse erróneamente de muchos de los propios profesionales] … Así, si muchos periodistas hablan todos de una misma fuente, los individuos podrían suponer que esta fuente está altamente cualificada [e independientemente verificada]”, proponían Sami Yousif, Rosie Aboody y Frank Keil (The Illusion of Consensus: A Failure to Distinguish Between True and False Consensus).
En un artículo anterior de CAMERA Español se hacía referencia al trabajo de Sandrine Boudana (The Journalistic Referents: A Crucial Distinction Between Sources and Voices) donde distinguía entre fuentes de información y voces, explicando que al contrario que las fuentes, “las voces son creadoras de información – un tipo particular de información” (no del evento principal, del cual los periodistas se informan a través de las fuentes, precisamente) -, puesto que ofrecen, principalmente, opinión e interpretación en forma de acusación, expresión de una posición, un sentimiento, etc.; de manera que “las voces constituyen o forman otro evento paralelo a aquel del cual se pretende dar cuenta”. Unas voces que, decía Boudana, muchas veces se confunden con la del redactor, y que crean un evento que es principalmente emotivo, ideológico.
Además, y para concluir, Leon Sigal señalaba que aquellos que de manera rutinaria actúan como fuentes para la prensa, es también más probable que aparezcan favorablemente en las noticias.
Entonces, ¿pueden, entonces, ser presentadas como fuentes (confiables) ONG cuyos informes se sostienen en metodologías irregulares, que tergiversan datos, que inventan otros, y que están motivados ideológicamente?
¿Y qué hay de ONG que, según Israel están vinculadas a grupos terroristas, poder presentarse como fuentes viables?
No parece. Y, sin embargo, no sólo se divulgan como tales, sino que además no se le advierte a la audiencia las posiciones de estas organizaciones respecto del conflicto y sus actores, ni los argumentos que cuestionan sus dichos y sus investigaciones.
A esta altura, la duda que asalta es si muchas de estas organizaciones pueden ser consideradas siquiera como ONG o si, antes bien, como agentes u operadores político-ideológicos organizados (y en muchos casos financiados por gobiernos o agencias gubernamentales); y que que en ocasiones, al parecer, actúan de manera concertada:
“No pretenderé que cada uno arribó a esto [a que Israel es un “apartheid”] de manera autónoma. Quiero decir, hablamos entre nosotros, y el grupo que realmente dirigió el esfuerzo fue B’Tselem, el grupo israelí… Hubo un punto en el que pensamos que podríamos intentar hacerlo juntos, pero nos encontrábamos en distintos marcos…”, dijo el entonces director ejecutivo de HRW, Kenneth Roth en un webinar, según publicó NGO Monitor.
En In the Shadows of the Silent Majorities, Jean Baudrillar decía que pensamos que la información devora su propio contenido, la comunicación y lo social. Una de las razones por las que esto sucede – o, antes bien, apenas una introducción de una de ellas -, se debe a que “más que crear comunicación, se agota en el acto de escenificar la comunicación. Más que producir sentido, se agota en la escenificación del sentido. Un gigantesco proceso de simulación…”.
Simulando que Israel es lo que no es. Y mientras tal cosa se finge, se devora la realidad pasada en Sudáfrica, y la dignidad que unas organizaciones supieron construir en base a su labor, y la credibilidad de unos medios de comunicación que ya sólo comunican su debacle.