Mistificaciones en el conflicto palestino-israelí

“Carece del olvido suficiente para formar una leyenda”, decía el Supremo, el dictador de la inmensa novela Yo el Supremo, del escritor paraguayo Augusto Roa Bastos. Y es que, allí donde la memoria cede su territorio, lo apócrifo, la mistificación encuentra terreno fértil para crecer, para reproducirse sin límites, hasta convertirse en “hecho”, en “consenso”.

El recurso del mito como estrategia para salvaguardar la memoria colectiva (y definir y reafirmar identidades y autoestimas generales – a través de la narración maravillosa de sucesos fundacionales, de elementos unificadores), para comunicarla de manera más didáctica, parece ser, más bien, algo de un pasado en el que los conocimientos y tradiciones se transmitían oralmente, y una fábula servía a los propósitos de retener fácilmente el significado en el consciente colectivo. A veces, claro está, la invención terminaba por digerir los indicios de realidad para suplantarla con los deseos y proyecciones individuales o colectivas, o para transferir incapacidades o frustraciones a un “otro” dable de ser inculpado.

Mas, esto no parece ser lo propio de una era en que los medios para comunicar y dejar constancia de hechos, para almacenarlos, están al alcance de tantos. Y, aun así, se repite en ámbitos que, a priori, es inverosímil que se produzca: el periodismo. Y un caso de lo más evidente, en el que opera este fenómeno, es el conflicto palestino-israelí.

El olvido inicial (que obliga, a posteriori, a otros, accesorios y necesarios) en este caso, abarca principalmente a los hechos históricos (contrastados) anteriores a 1967. Un olvido que borra toda huella de la responsabilidad palestina (y árabe) en el conflicto, de manera que Israel pueda ser señalado como el único (o principal) culpable del estado de cosas. Un olvido que, por tanto, permite crear un mito, no una Historia; una leyenda que ha engullido a la realidad, permutando las causas por consecuencias, tergiversando los hechos y postulando una “realidad” alternativa, más conveniente a intereses ideológicos y políticos particulares, a los fines perseguidos.

Memoria mínima (origen)

Es, en primer lugar, primordial recordar que la resolución 181de la Asamblea General de las Naciones Unidas de 1947 recomendaba la partición del Mandato británico de Palestina (su parte occidental, puesto que la oriental había sido concedida a la dinastía hachemita) en dos estados independientes: “un estado árabe y un estado judío…”, que obtuvo la aprobación de la Comunidad Judía en el Mandato de Palestina.

Pero, “los Estados árabes no sólo votaron en contra de la partición, sino que inicialmente sostuvieron que era inválida. Es por lo tanto significativo [sic] que subsecuentemente la hayan invocado para presentar sus argumentos legales a favor de los palestinos…”, tal como citaba textualmente Julius Stone (Israel and Palestine: Assault on the Law of Nations), renombrado jurista australiano, a los autores del informe An Internacional Law Analysis of the Major United Nations Resolutions Concerning the Palestine Question.

Fueron, así, los propios estados árabes los que impidieron el establecimiento de un nuevo estado árabe en la región. Pero no sólo eso, sino que lanzaron una agresión armada con la intención de acabar con el recién nacido Estado de Israel.

Al punto que Azzam Pasha, Secretario General de la Liga Árabe, llegó a declarar:

Esta guerra será una guerra de exterminio y una masacre trascendental, de la que se hablará como de las masacres mongolas y de las Cruzadas”.

El resultado fue la ‘ocupación’ de Judea y Samaria (posteriormente denominada Cisjordania por el Reino Hachemita de Jordania) por parte Jordania, y de Gaza por parte de Egipto. Ninguno de estos dos estados se planteó en ningún momento la creación de un nuevo estado árabe en dichos territorios.

Finalmente, y como explicaba Dore Gold(From “Occupied Territories” to “Disputed territories”, 2002), diplomático israelí y presidente del Jerusalem Center for Public Affairs:

Debido a la insistencia de Jordania, la Línea de Armisticio de 1949, que constituía el límite entre Israel y Jordania hasta 1967, no fue reconocida como una frontera internacional, sino simplemente como una línea que separaba a los ejércitos”.

Tres mitos iniciales

Es, precisamente, de la negación, o supresión, y adulteración de los hechos recién reseñados (y de la violencia anti-judía anterior a la fundación del Estado de Israel) de las que surge lo que podríamos denominar elemento fundacional o “mito cosmogónico” palestino: la llamada Nakba – la “catástrofe”, la “tragedia”, que supuso el establecimiento del Estado de Israel.

Nótese que esa “tragedia” es, en definitiva, el “otro”. La “catástrofe” es, ni más ni menos, la negación del “otro”; la incapacidad de, siquiera, reconocerlo como una “otredad”.

Ese “mito cosmogónico”, que refiere a una suerte de arcadia árabe y musulmana, de pasado ideal (e irreal) al que hay que “retornar”, da lugar a mitos iniciales o centrales – parafraseando la novela de J.R.R. Tolkien, El Señor de los Anillos, “un mito para gobernarlos a todos, un mito para nutrirlos a todos, un mito para crearlos todos”.

Así, pues, podría decirse – sin temor a incurrir en una temeridad; aunque sí, posiblemente, en una sobre-simplificación – que existen tres mitos iniciales, germinales, que, a su vez, dan lugar a la emergencia de una “narrativa” palestina que facilita (o patrocina) – y que precisa de – el surgimiento de otras mistificaciones complementarias y/o consecuentes, que modelan la realidad de manera tal que apoyen a esa misma “narrativa”, en un círculo vicioso que va expeliendo centrífugamente la realidad.

De manera que los hechos son deformados, o bien creados, inventados, hasta que encajen en esa “narrativa”, en el objetivo al que conduce la misma.

Estos tres mitos iniciales son: a) los “refugiados” palestinos; un caso excepcional (según la definición ad hoc de la agencia de la ONU ad hoc para los palestinos) que perpetúa – a través de su magnificación – un problema que sostiene a uno de los mitos accesorios (la “ocupación” como “causa” del conflicto), a la vez que usufructúa la rentabilidad del victimismo, al punto de convertir a los palestinos en el arquetipo de los “oprimidos” y, consecuentemente, a los israelíes, en el del “opresor”; b) la deformación de la resolución 242 del Consejo de Seguridad, asegurando que Israel debe retirarse de “todo” el territorio ocupado en 1967; de manera que sugiere la existencia de un “territorio palestino” que nunca existió efectivamente, y transforma una consecuencia del conflicto (la “ocupación) en la causa; y c) “derecho de retorno”, que se trata de una adición, es decir, de afirmar la existencia de algo que no existe; y que afirma un pretendido “derecho” colectivo para todo palestino “refugiado” (los refugiados iniciales y ¡su descendencia!).

Pero veámoslos más en profundidad:

1. Resolución 242, retirada “total”, “fronteras” y ocupación

Una nueva agresión árabe (1967; conocida como la Guerra de los Seis Días) propició la resolución 242 del Consejo de Seguridad de la ONU, luego de que Jordania perdiera Cisjordania, que ocupaba; y Egipto, Gaza.

La resolución requería que “se establezca una paz justa y duradera en el Próximo Oriente, la cual incluya la aplicación de los principios siguientes:

Retirada de las fuerzas armadas israelíes de territorios que ocuparon durante el reciente conflicto

… promover un acuerdo y de ayudar… para lograr una solución pacífica y aceptada…”.

Una solución pacífica y aceptada es, evidentemente, una solución alcanzada a través de negociaciones y acuerdos. Algo a lo que los liderazgos palestino y árabe le dieron la espalda (con los famosos tres ‘No‘ de Jartum: “no a la paz, no al reconocimiento y no a las negociaciones” con Israel).

Otras negativas palestinas a la paz y a la estadidad palestina

Alex Safian, analista de CAMERA, explicaba en un artículo de 2011 que, por lo menos en tres oportunidades rechazaron la estadidad cuando les fue ofrecida:

1. En 2008, luego de prolongadas conversaciones, el entonces Primer Ministro israelí, Ehud Olmert, se reunió con el presidente palestino Mahmoud Abbas, y le presentó un plan de paz global. Según el plan de Olmert, Israel habría anexionado los ‘asentamientos’ israelíes más importantes y, a cambio, habría entregado territorio israelí equivalente a los palestinos, y habría dividido Jerusalén.

Al final Abbas se negó a decir que sí. (Olmert: Abbas nunca respondió a mi oferta de paz, Ha’aretz, 14 de febrero de 2010).

2. En el verano de 2000, el presidente de Estados Unidos Bill Clinton acogió intentas conversaciones de paz en Camp David entre el líder palestino, Yasser Arafat, y el líder israelí, Ehud Barak, que culminaron en un plan integral conocido como los Parámetros de Clinton, que era muy similar al posterior plan Olmert, aunque no tan amplio.

A pesar de las enormes concesiones que el plan requería de Israel, el Primer Ministro Barak aceptó la propuesta del presidente Clinton, en tanto que Arafatse negó, regresó a casa y lanzó una nueva campaña terroristacontra los civiles israelíes (Segunda Intifada).

Incluso en medio de esta ola de violencia, Ehud Barak continuó negociando hasta el final de su mandato, culminado con una propuesta israelí en Taba, que ampliaba aquella delineada por Clinton. Barak le ofreció a los palestinos la totalidad de Gaza, la mayor parte de Cisjordania, ningún control israelí sobre la frontera con Jordania o adyacente al Valle del Jordán, un anexión israelí menor alrededor de tres bloques de ‘asentamientos’ balanceada por un área equivalente de territorio israelí que sería cedido a los palestinos.

3. Y, por supuesto, la oposición a la Resolución 181 de la ONU, la resolución de Partición.

Al punto no hay voluntad de negociar, que la Carta de la OLP(de la cual Fatah es la organización mayoritaria) dice, su primer y segundo artículos:

“Palestina es la patria del pueblo árabe palestino; es una parte indivisible de la patria árabe, y el pueblo palestino es una parte integral de la nación árabe.

Palestina, con las fronteras que tenía durante el mandato británico, es una unidad territorial indivisible”.

Y en su artículo 21:

El pueblo árabe palestino, que se expresa a través de la revolución palestina armada, rechaza todas las soluciones que son sustitutos de la liberación total de Palestina y rechaza todas las propuestas encaminadas a la liquidación del problema palestino…”.

Ergo: no existe “frontera de 1967”, puesto que debe llegarse a ésta a través de negociaciones – ya que Israel no está obligado a retirarse de todo el territorio – y porque en su momento Jordania no quiso reconocerla como tal.

De esta manera, para algunos especialistas en derecho internacional, como Jeffrey Helmreich (Diplomatic and Legal Aspects of the Settlement Issue):

Cisjordania y Gaza son territorios en disputa, y no ocupados; y tanto israelíes como palestinos ejercen reclamos legítimos e históricos. Nunca existió una soberanía palestina ni en Cisjordania ni en Gaza antes de 1967… El territorio de Cisjordania y Gaza fue capturado por Israel en una guerra defensiva, que en este siglo fue un medio legal para la adquisición de territorio.”

De hecho, la Convención de Ginebra habla de territorios capturados en el transcurso de guerras de agresión. Por lo que ese esencial tener en mente que los principales objetivos de la ley de ocupación beligerante proceden de una doble asunción; una de ellas: que una soberanía legítima fue expulsada del territorio por el ocupante.

En este sentido, Stephen Schwebel, jurista estadounidense que fue juez de la Corte Internacional de Justicia, hacía hincapié en la vital distinción entre una conquista agresiva y conquista defensiva, y entre la toma de un territorio que estaba bajo posesión legal o la toma de territorio que se poseía de manera ilegal. Y decía, en su artículo What Weight to Conquest?, que un estado que actúa en el ejercicio legítimo de su derecho de defensa propia puede tomar y ocupar territorio extranjero en tanto esa toma y ocupación sean necesarias para su auto-defensa, y que como condición para la retirada de ese territorio, ese estado puede requerir la aplicación de medidas diseñadas razonablemente para asegurar que es territorio no podrá ser utilizado nuevamente para montar una amenaza o un ataque. Y que, además, si el estado que posee con anterioridad un territorio se ha hecho con él ilegalmente, el estado que luego se apodere ese territorio en el ejercicio legítimo de su defensa tiene contra el poseedor anterior más derecho al mismo.

Lord Caradon, que fue el representante permanente del Reino Unido ante las Naciones Unidas entre 1964 y 1970, y uno de los principales redactores de la Resolución 242, indicóen 1974:

Habría sido incorrecto exigirle a Israel que retornara a sus posiciones del 4 de junio de 1967 [inicio de la Guerra de los Seis Días]… Por ello, no lo hicimos y creo que teníamos razón para no hacerlo”.

Y, además, declaró (Journal of Palestine Studies, “An Interview with Lord Caradon,” Spring – Summer 1976, pgs 144-45):

“Podría haber dicho: bien, puede volver a la línea de 1967. Pero conozco la línea de 1967, y sé que está corrompida. No se podría tener una peor línea para una frontera internacional permanente. Es donde las tropas se encontraban en cierta noche en 1948. No tiene ninguna relación con las necesidades de la situación”.

Por otra parte, respecto de Jerusalén,el embajador de Estados Unidos ante las Naciones Unidas en 1967, Arthur Goldberg, declaró:

“Nunca describí a Jerusalén como un área ocupada… La Resolución 242 no se refiere a Jerusalén en modo alguno, y su omisión fue deliberada”.
Como resultado de las alteraciones, en palabras de Gold, se ha terminado por convertir “… la actual disputa territorial [en], supuestamente,… la decisión israelí de ‘ocupar’, en lugar de ser el resultado de una guerra impuesta a Israel por una coalición de estados árabes en 1967”. Es decir, una fábula que transfirió las culpas o responsabilidades de unos a otro; y que borró la causa para transformar una de las consecuencias en el motivo.

2. “Refugiados” palestinos

Para comenzar, es preciso responder a la siguiente pregunta: ¿Qué es un refugiado, y cuándo deja una persona de serlo?

Depende.

Si uno es palestino, las condiciones son particulares y extraordinarias.

La Convención sobre el Estatuto de los Refugiadosde 1951 establece quién es un refugiado (para todos, menos para los palestinos) de la siguiente manera:

1) Que haya sido considerada como refugiada en virtud de los Arreglos del 12 de mayo de 1926 y del 30 de junio de 1928, o de las Convenciones del 28 de octubre de 1933 y del 10 de febrero de 1938, del Protocolo del 14 de septiembre de 1939 o de la Constitución de la Organización Internacional de Refugiados.

2) Que, como resultado de acontecimientos ocurridos antes del 1 de enero de 1951 y debido a fundados temores de ser perseguida por motivos de raza, religión, nacionalidad, pertenencia a determinado grupo social u opiniones políticas, se encuentre fuera del país de su nacionalidad y no pueda o, a causa de dichos temores, no quiera acogerse a la protección de tal país; o que, careciendo de nacionalidad y hallándose, a consecuencia de tales acontecimientos, fuera del país donde antes tuviera su residencia habitual, no pueda o, a causa de dichos temores, no quiera regresar a él.

En los casos de personas que tengan más de una nacionalidad, se entenderá que la expresión ‘del país de su nacionalidad’ se refiere a cualquiera de los países cuya nacionalidad posean; y no se considerará carente de la protección del país de su nacionalidad a la persona que, sin razón válida derivada de un fundado temor, no se haya acogido a la protección de uno de los países cuya nacionalidad posea.

Y deja muy claro que una persona deja de ser considerada refugiado:

1) Si se ha acogido de nuevo, voluntariamente, a la protección del país de su nacionalidad

2) Si, habiendo perdido su nacionalidad, la ha recobrado voluntariamente

3) Si ha adquirido una nueva nacionalidad y disfruta de la protección del país de su nueva nacionalidad;

4) Si voluntariamente se ha establecido de nuevo en el país que había abandonado

5) Si, por haber desaparecido las circunstancias en virtud de las cuales fue reconocida como refugiada, no puede continuar negándose a acogerse a la protección del país de su nacionalidad.

Esto vale para todos los refugiados del mundo… menos, claro está, para los palestinos. Y es que una agencia exclusiva, parece conllevar definiciones exclusivas, e implicar privilegios.

Así, la agencia ad hoc para los “refugiados” palestinos, la UNRWA, define a los refugiados palestinos como aquellas “…personas cuyo lugar de residencia habitual era Palestina entre junio de 1946 y mayo de 1948, y que perdieron tanto sus hogares como sus medios de vida como resultado del conflicto árabe-israelí de 1948”. Es decir que un egipcio, jordano, libio o sirio, etcétera, que hubiese llegado a principios de 1946 para trabajar, automáticamente pasó a ser un “refugiado”. Pero no sólo eso, sino que, caso también excepcional, sus descendientes también son considerados “refugiados”.

James G. Lindsay, ex asesor legal y consejero general de la UNRWA entre 2000 y 2007, aseguraba que la gran mayoría de los refugiados registrados en UNRWA ya se han “reasentado” (lo que para otros refugiados supondría dejar de ser considerados como tales):

“… casi 2 millones de refugiados palestinos registrados en Jordania son ciudadanos de ese país, y el resto tiene la residencia y documentos que les permiten viajar. De manera similar, los refugiados de Cisjordania y Gaza tienen los mismos derechos que la población no-refugiada, incluyendo el derecho de votar”.

Y a todo esto, ¿cuál fue el origen de los refugiados? ¿Cuántos eran en un principio?

La guerra “de exterminio” lanzada por los árabes luego de oponerse a la partición, produjo, inevitablemente, desplazamientos de personas, que pasaron a convertirse en refugiados.

Gilead Ini, analista de CAMERA explicaba que el Ministerio de Relaciones Exteriores y la Oficina Central de Estadísticas de Israel estimaron que el número de refugiados oscilaba entre 500.000 y 600.000. El Ministerio de Asuntos Exteriores británico sugirió que la cantidad oscilaba entre 600.000 y 760.000. Un reporte de 1950 emitido por la Comisión de Conciliación de las Naciones Unidas para Palestina avaló un estimado de 711.000 refugiados.

Además, Ini recordaba que una gran cantidad de judíos (más de 800.000) se convirtieron en refugiados después de la guerra de independencia de Israel. Una gran mayoría fue expulsada de su casa en el mundo árabe como resultado de un sentimiento contra los judíos amplificado por la guerra. Otros perdieron sus casas en el Mandato Británico de Palestina como resultado directo de la lucha.

Mas, a día de hoy, no hay ni un solo refugiado judío, pero los refugiados palestinos se han multiplicado hasta los aproximadamente ¡5 millones! Y su número continúa creciendo año a año. Un caso excepcional.

Pero, ¿cómo es eso posible?

Pues porque la condición de refugiado se hereda como si fuera un bien familiar o un apellido, lo que conduce consecuentemente a un aumento de los mismos. Lo que perpetúa el problema.

Estamos, pues, ante otro mito con un fin manifiesto. Y es que el ex director en ayuda de Jordania de la ONU a los palestinos, Ralph Galloway señalaba:

“Los Estados árabes no quieren resolver el problema de los refugiados. Quieren mantenerlo como una herida abierta, como una afrenta a las Naciones Unidas y como un arma contra Israel. A los líderes árabes les da lo mismo si los refugiados viven o mueren”. (Ralph Galloway, UNRWA, citado por Terence Prittie enThe Palestinians: People History, Politics, p 71)

3. “Derecho de retorno

El reasentamiento había sido la solución efectiva para el problema mucho más extenso y complejo de los refugiados en Europa luego de la Segunda Guerra Mundial, lo fue también para los refugiados judíos expulsados de los países árabes, y para los hindúes y musulmanes en India y Pakistán. Pero en el caso palestino, algo cambió. Stone remarcaba que fue a partir de la resolución 3236 (XXIX) del 22 de noviembre de 1974 cuando las resoluciones de la Asamblea General comenzaron a incluir regularmente el adjetivo “inalienable” antes de las palabras “derecho de retorno”. Llamativamente, coincidiendo con la época de los embargos petroleros.

Pero, ¿existe el “derecho de retorno”?

No. Ni por asomo. Ni en el pasado, ni en la actualidad. En ninguna situación histórica.

Los apologetas del pretendido “derecho de retorno” citan la resolución 194 (III)de las Naciones Unidas, del 11 de diciembre de 1948, como si se tratase de un acto “legislativo” que creó u otorgó dicho “derecho”. Esta resolución de la Asamblea General (y por tanto, no vinculante; ergo, no tiene fuerza ni valor legal; siendo como es, una mera recomendación), resolvía, en su artículo 11, que:

“…debería permitirse [should be permitted; que suele encontrarse erróneamente – dado el contexto de la frase -, en las traducciones al español, como “debe permitirse”] a los refugiados que deseen regresar a sus hogares y vivir en paz con sus vecinos, que lo hagan así lo antes posible…”.

La resolución, que no habla de “refugiados palestinos”, no reconoce ningún derecho, sino que recomienda que “debería permitirse” (de ahí, que al tener sólo carácter recomendatorio, se utilice el condicional, en lugar del indicativo) a los refugiados retornar.

Pero la creación del mito respondía a un objetivo muy claro: según declaró Sahar Habash, unos de los consejeros de Yasser Arafat, “el ‘derecho de retorno’ es la carta ganadora, que significa liquidar a Israel”.

Concluyendo

Estos son algunos de los mitos que, en definitiva, pretenden reemplazar la realidad, para perseguir un mismo fin: la eliminación del Estado judío.

Leyendas que, por algún motivo, han servido a audiencias occidentales como amparo de autopercepciones, como vehículo de vergüenzas o vaya a saber uno qué otras ortopedias morales o anímicas.

Como fuere, el periodismo ha jugado un papel importante en usurpar – o, al menos, en equiparar – la realidad con la impostura. Y va siendo hora de que ejerza más de lo que debería ser, y menos de indolente repetidor que, repitiendo, transfiere las responsabilidades árabes y palestinas, al lado israelí; que reproduciendo, troca consecuencias por causas; que reproduciendo, termina por convertirse en actor del conflicto.

Y el “amparo” (y hasta el “estímulo”) de esta aquiescencia permite que esa suerte de compulsión de negaciones y desprecios apenas disimulada en una teatralidad de moral y señalamiento, pase por ser una “postura”, una “narrativa”, un “punto de vista”, y poco más.

El resultado, en definitiva, es el coronamiento del mito por sobre la Historia. Unos mitos que no pretenden brindar información, argumentos ni comunicar puntos de vista, sino, por el contrario, ejercer una influencia emocional e ideológica sobre el receptor con el fin de “legitimar” su posición intransigente y violenta, y su fin último: la destrucción del Estado de Israel.

De hecho, en unas reveladoras declaraciones durante una entrevista con el diario holandés Trau, el 31 de marzo de 1977, Zahir Muhsein – miembro del Comité Ejecutivo de la OLP –, afirmaba:

El pueblo palestino no existe. La creación de un Estado Palestino es sólo un medio para continuar la lucha contra el estado de Israel.

En realidad, hoy no existen diferencias entre jordanos, palestinos, sirios y libaneses. Sólo por razones políticas y tácticas hablamos de la existencia de un pueblo palestino, ya que los intereses nacionales árabes demandan que postulemos la existencia de un ‘Pueblo palestino’ distinto para oponerse al sionismo”.

Mientras tanto, los mitos continúan exigiendo sacrificios ante el altar de un futuro “arquetípico”, utópico y, evidentemente,exclusivamente árabe y musulmán.

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