Falsos profetas de la “justicia universal”, repiten, difunden, amplifican; a la vez que silencian la verborragia sinceramente espeluznante de los líderes de Hamas y justifican o minimizan sus brutales acciones. ¿Por qué? Pues porque entre el fanatismo y la barbarie sólo hay un paso, como decía Diderot. Cuestión de cercanía. Cuestión de punto de vista, de atención (obsesión): el judío.
Las cifras son el nuevo sostén de los fieles de Hamás. Perdón, de la “causa palestina” – la de verdad, la de eliminar a Israel. Se abrazan a cada “cómputo” de Hamás – otra vez, disculpas, del “ministerio de Sanidad de Gaza” controlada por Hamás – con la desesperación de un náufrago. Son el asidero ideal del devoto porque pueden inflarse tanto como se quiera: ni el grupo terrorista ni ellos están por la labor de corroboración, de discernir entre combatientes y civiles; nada de eso, es temporada de abierta propaganda, caretas fuera. Los modos de la información son un lujo absolutamente prescindible; es todos a una contra Israel, todos a una con el terrorismo de Hamás.
Cifras para arrojar como una culpa. Cifras, nada más; porque son útiles, porque los números que ahora sirven (puro rendimiento acusador), rápidamente pueden convertirse en nimiedad o, como en la cruenta guerra siria, si acaso en una nota al pie del olvido – como los palestinos que Assad hambreaba y masacraba. Cifras para sobreactuar la importancia del “informador” – meros comparsas del terror, o necios con ambición de pedestal o estultos sin más, de los que siguen a la mayoría.
Cifras que aporta un grupo terrorista. El mismo que lanzó el ataque contra Israel. Una atrocidad. Que asesinó. Torturó. Violó. Quemó. Secuestró. Destrozó. Hamás. El terror favorecido con eufemismos y silencios: “grupo militante”, “movimiento de resistencia”, algo así como un club social de desesperados y desamparados. El grupo que controla la Franja de Gaza con puño de hierro y disciplina de ley islámica – dichosos los homosexuales, las mujeres, los opositores (aquí, entra en escena la censura). Cifras, pues, que aporta Hamás a través del “ministerio de Sanidad” que controla. O de alguna ONG afín. Las vergüenzas ya no se tapan, se exhiben orgullosamente, como una virtud, como una medalla a la mediocridad y la abyección; un galardón al odio, a los perpetuadores y revalidadores del antisemitismo. Porque de eso se trata.
Pero las cifras. De Hamás. El grupo terrorista genocida. A las que se abrazan con desesperación de despeñados muchos, demasiados, periodistas. No, propagandistas. El periodismo es otra cosa. Esa es otra de las máscaras que se cayeron. Y, como el rey, aunque sin nobleza, han quedado desnudos. Se agarran a las cifras como a cualquier otro elemento (no importa su veracidad) que sirva al fin ya innegable: demonizar al único estado judío.
Estas cifras, como las anteriores, les han permitido (ver) aplicar, usurpar, tergiversar, en breve, banalizar (práctica repetida con tantos términos), definiciones como “genocidio”, “limpieza étnica”, “castigo colectivo”, “bombardeo indiscriminado”, “respuesta desproporcionada”, “crimen de guerra”, que ya en otras oportunidades utilizaron alegremente. Son las cifras, en resumen, con que se pretende formar la base de acusación contra Israel de haber cometido todos estos crímenes. Lo único que ha cambiado es que Hamás ha perpetrado lo que prometía. Lo ha filmado. Se ha paseado por las calles de Gaza, con los civiles festejando, con los cuerpos ultrajados de israelíes, con secuestrados. La “causa” al desnudo. Hamás supo enseguida que necesitaba contrarrestar la realidad – rostros, cuerpos de israelíes; la barbarie consumada sobre ellos – con propaganda. Intentaron con el impacto de un cohete en el hospital Ahli. Pero no funcionó. Las cifras, si apropiadamente acompañada de aquellas machaconas definiciones, acaso hagan el trabajo. Y en ello está la mayoría de medios de comunicación. Por ello mismo Hamás impidió que los civiles siguieran las advertencias del ejército israelí de abandonar el norte de la Franja. Por ello impide a ciudadanos internacionales abandonar la Franja. Escudos humanos, como es habitual con Hamás.
Y la demanda de pruebas, el grado de corroboración que estos mismos medios exigieron a Israel respecto de la masacre perpetrada por el terrorismo palestino, dejó de tener vigencia una vez que Hamás comenzó a lanzar cifras como dispositivo para morigerar su imagen ante la audiencia occidental – una imagen que, en cambio, sí continúan mostrando orgullosos ante la región – con la inestimable ayuda de medios, ONG y agencias internacionales como UNRWA.
Las cifras. De Hamás. Grupo terrorista. Las cifras – despojadas del lanzamiento de cohetes (8500 a 31 de octubre de 2023) por parte de Hamás, de su infraestructura enclavada entre los civiles, de la utilización de estos como escudos humanos, de la utilización de niños, de la prohibición a su población de alejarse de la zona de operaciones, del alto número de cohetes disparados desde Gaza que caen en el propio territorio – son un instrumento (más) de propaganda. Hamás produce víctimas entre israelíes y entre sus propios habitantes: ambas son victorias para el grupo mediante el socorro de medios y organizaciones varias.
La premisa es confundir la actividad de un ejército respondiendo a una agresión armada contra su territorio y la que lleva a cabo un grupo terrorista patrocinado por Irán. No, no es cierto. La premisa es colocar en términos morales al primero – que advierte a la población cuándo atacará, que le solicita que despeje zonas de operaciones para evitar bajas civiles – por debajo del grupo que acaba de asesinar a 1400 mujeres, niños y hombres, en unas horas; que acaba de violar metódicamente, que acaba de quemar personas, que ha secuestrado.
Así, toda muerte palestina ha de ser “civil”, casi siguiendo aquel llamado de Hamás de julio de 2014, tal como daba a conocerlo MEMRI: el “ministerio de Interior” de Gaza, desde su página oficial de Facebook, llamaba a los activistas en las redes sociales a que “siempre llamen a la muertos ‘civiles inocentes’” y a que “no publiquen fotos de cohetes siendo disparados desde centros de población civil”.
Comiendo “información” de la mano de Hamás
Más de una vez se ha repetido que las cifras surgidas desde Gaza en anteriores conflictos son confiables; con lo cual, se pretende que se sigue de ello, estas también lo son. Para sostener esta aseveración, más de un medio en inglés, por ejemplo, recurrió a las declaraciones de Omar Shakir, de Human Rights Watch, quien decía que cuando su ONG y la ONU han realizado su propia verificación en el pasado, han encontrado que los números eran consistentes. Por supuesto, estos medios no informaban que Shakir no es un simple trabajador de HRW: amén del propio posicionamiento de HRW en el conflicto, Shakir “estuvo vinculado, comprometido –hasta por lo menos 2016 ideológicamente, según se desprende de sus propios tuits de ese año. En uno de abril, afirmaba: ‘Nuestro movimiento sigue rodando, apunte otra victoria para el BDS…’. Es decir, según él mismo, en abril 2016 seguía siendo parte de ese movimiento: ergo, seguía siendo un activista antiisraelí. Y en octubre de ese año, llamativamente HRW lo contrataba para el puesto de ‘Israel and Palestine Country Director’”.
Parece un juego de verificación donde verificadores y verificados comparten un mismo objetivo: la demonización de Israel.
Y la ONU…
David Litman, analista de CAMERA, indicaba en un artículo del 23 de octubre de 2023 que tras la Operación Plomo Fundido en 2008-9, Hamás y las ONG palestinas, así como la ONG B’Tselem (que a su vez se basa en gran medida en las cifras de Hamás), afirmaron que de los 1.100-1.400 palestinos muertos, sólo 250-330 eran terroristas. “Los medios de comunicación y las Naciones Unidas hicieron suyas estas cifras. No fue sino hasta un año después cuando Hamas admitió que aproximadamente 700 de sus miembros habían muerto, una cifra similar a la que habían dado Israel e investigadores israelíes independientes después del conflicto”.
Un año después, en términos informativos es tan viejo como el esqueleto de un dinosaurio. Especialmente, si ni siquiera se informa de la novedad. Además, el vergonzoso Informe Goldstone de la ONU ya había utilizado las cifras propagandísticas y causado su daño- aunque posteriormente se hubiese retractado el presidente de esa comisión investigadora.
En 2014, el también analista de CAMERA Steve Stotsky, escribía en la revista Times que, “al principio, de cara a la audiencia internacional, era importante para Hamás reforzar la imagen de la acción militar israelí como indiscriminada y desproporcionada haciendo hincapié en el elevado número de civiles y el escaso número de combatientes de Hamás entre las víctimas mortales. Sin embargo, más tarde, Hamás tuvo que enfrentarse a la otra cara de la cuestión: que… la población de Gaza, se sentía abandonada por el gobierno de Hamás, que no había hecho ningún esfuerzo por darles cobijo”.
Por otra parte, Litman indicaba que incluso cuando la ONU no se apoya en los números de Hamás, “las cifras de la ONU han demostrado ser dramáticamente inexactas. Por ejemplo, una comisión de la ONU afirmó que dos tercios de los palestinos muertos en la Operación Margen Protector eran civiles, a pesar de que un examen en profundidad de los nombres realizado por investigadores israelíes independientes demostró que la mitad de las víctimas mortales eran miembros de organizaciones terroristas. Incluso en lo que respecta a incidentes concretos, las cifras de la ONU resultan dudosas. Por poner sólo un ejemplo, el infame Informe Goldstone describía a los 15 palestinos muertos en la mezquita de al-Maqadmah durante la Operación Plomo Fundido como ‘civiles’. Sin embargo, pruebas de fuentes abiertas, incluidas algunas de las propias fuentes de la ONU, demuestran que más de la mitad de ellos eran operativos terroristas”.
El propio Litman señalaba, entonces, que “tras la explosión del hospital Ahli, al igual que con la falsa afirmación de que se trataba de una bomba israelí, los medios de comunicación repitieron sin aliento las afirmaciones del ‘Ministerio de Sanidad palestino’ de que habían muerto cientos de personas. Pocos o ninguno de los principales medios de comunicación informaron a sus audiencias de que el ‘Ministerio de Sanidad palestino’ es una entidad de la organización terrorista Hamás, dejando así a los espectadores sin los conocimientos necesarios para juzgar la fiabilidad de las afirmaciones”. Y resaltaba que las cifras que proporciona Hamás incluyen los más de 470 muertos que Hamás sigue afirmando que se produjeron en el hospital Al-Ahli. “Aunque no se dispone de cifras exactas – continuaba Litman -, fuentes de inteligencia europeas sugieren que el número real de víctimas mortales oscila probablemente entre 10 y 50. En otras palabras, Hamás está inflando las cifras totales de víctimas mortales en más de 400 en un solo incidente”.
¿Habrá sido esa la única instancia en que Hamás ha engordado las cifras? Unas cifras que son ofrecidas casi simultáneamente al suceso que las produce.
¿Cómo va a dudar uno de un grupo terrorista que acaba de perpetrar una masacre?
La mayoría de los medios de comunicación en español no duda – como sí dudaba del alcance de la masacre de Hamás y de los comunicados del gobierno y ejército israelí.
La escasa fiabilidad de los datos ofrecidos por Hamás no es algo nuevo, como se indicaba en CAMERA en 2015, “tanto en 2009 y 2014 la información proporcionada por los propios palestinos puso en duda las afirmaciones de que los civiles constituían la gran mayoría de las víctimas mortales. En ambos casos, organizaciones israelíes independientes investigaron la identidad de las víctimas mortales enumeradas por los palestinos. Un estudio del Centro de Información sobre Inteligencia y Terrorismo Meir Amit reveló que más de la mitad de los muertos en el conflicto de 2014, de los que existía información suficiente para categorizar su condición, eran identificables como miembros de organizaciones terroristas o participantes en las hostilidades. Para evitar la acusación de partidismo, el informe del Centro cataloga exhaustivamente a cada individuo, mostrando las pruebas de su participación en las hostilidades y su afiliación a un grupo terrorista”.
El número como refutación del periodismo
Las pruebas, la verificación, entonces, no importan realmente cuando la acusación es la sentencia. Un dictamen que está escrito de antemano en cada contienda iniciada por Hamás o la Yihad Islámica Palestina (ambos grupos terroristas financiados, armados y asesorados por Irán), y que tiene sus cargos ya ensayados: serios términos banalizados y rebajados a eslogan denostador, como el escupitajo en el patio de un colegio.
Así y todo, son muchos los dispuestos a embarrarse. De tal manera que numerosos medios seguirán presentando las cifras bajo convenientes eufemismos o disfraces, como provenientes del “ministerio de Sanidad” gazatí– que no es otra cosa que Hamás. O de la ONU – que también repite los datos de la “autoridad de facto” allí; es decir, Hamás. O de alguna ONG – que invariablemente repite a Hamás.
Qué signo puede recoger en su abreviatura lo que la realidad se niega a representar: la cifra (al menos ahora, en este conflicto). Dice lo que el interesado quiere que diga: dos puede ser mucho o poco según cómo se arrope el guarismo. Los números de muertos en Siria pasaban por el texto o la pantalla como una breve y abstracta procesión burocrática de caracteres. Los muertos en la guerra civil en Sudán no tienen siquiera el mérito para ser convertidos en una cantidad noticiosa.
La fe en la cifra convierte a los periodistas mismos en cifras, como marcas en la pared de la infamia: Un activista más.
Quien no se pliegue – por fe o pragmatismo – a esta dinámica es, con suerte, expulsado. Como , Matthias Schmale. ¿A que no lo recuerdan? Era el director de operaciones de UNRWA en Gaza allí por 2021. A Schmale se le ocurrió hablar en el plano de realidad:
“Tengo la impresión de que hay una enorme sofisticación en la forma en que los militares israelíes atacaron durante los 11 días”.
“Sí, no atacaron, salvo algunas excepciones, objetivos civiles…”.
A otros en Gaza la sinceridad le cuesta la vida. A Schmale solo el puesto. Según la Radio Pública estadounidense sus empleados palestinos (99% de los empleados allí son los propios “refugiados” – ya, ni una novela de Carroll, Orwell y Bukowski juntos) protestaron y entonces Hamás dijo que ya no podía garantizar la seguridad del caballero (a buen entendedor sobran palabras); y Schamale se fue a Jerusalén y ya no volvió a Gaza. Ahora es el Coordinador Residente y de Asuntos Humanitarios de la ONU en Nigeria.