El mapa y el territorio: la crónica y la realidad

“[El conflicto árabe-israelí] uno de los conflictos más longevos en la historia reciente, iniciado en 1967 tras la victoria de Israel en la Guerra de los Seis Días y la ocupación de Gaza, …Cisjordania y Jerusalén Este”, afirmaba en un editorial reciente el diario español El País. Es decir, el medio rompía – hace tiempo lo ha hecho, a decir verdad; y no está solo en ello – que ha roto la relación entre la realidad de la que dice dar cuenta y la representación de la misma que se le ofrece a la audiencia: el mapa, podría decirse, no se ajusta al territorio. Es más, no pertenece al territorio que se dice reproducir, interpretar. En breve, el diario falsificaba la realidad con el fin de promover una imagen particular sobre el estado judío.

El País tomaba puntos y símbolos – lugares comunes propios del proselitismo de la narrativa de una de las partes – del conflicto y los colocaba sobre una realidad distinta. A partir de esa alteración, elaboraba el “mapa” – la crónica, la opinión, el juicio de valor – que, simulaba, correspondía al conflicto. Pero la correspondencia no era ni aparente. Era como tomar el territorio de Estados Unidos, cambiarle el nombre de algunas ciudades por otras de, digamos, Argentina, y decir que el mapa que representa al país norte americano, es la reproducción del país sud americano.

Si el mapa – la interpretación, la representación – no se corresponde con la realidad que dice simbolizar, no es tal mapa. Queda, sí, una forma que, en este caso, es proyección de una ideología, de activismo – y que puede ser también de una conveniencia, contemporización, etc. -; mas, el rastro de la realidad que subsiste es meramente anecdótico, apenas el necesario para que algún desprevenido crea que, efectivamente, se trata de una representación cabal del conflicto.

El problema es que desprevenidos hay muchos. No puede andar uno empapándose más que los periodistas de cada tema del que estos dan cuenta. Si tal cosa pudiera lograrse, para qué tendría que leer uno un periódico, por otra parte. Pero el tiempo es mezquino y las obligaciones lo reclaman para sí. Así, es natural que la audiencia asuma que lo que el mapa muestra es efectivamente lo hay, lo que ocurre. Es más, es hasta lógico esperar que el público llegue a reconocer inmediatamente los elementos como representativos del conflicto, del sentido del mismo – al punto, acaso, de admitir que la representación es una copia exacta de la realidad.

Pero el mapa no es el territorio – es decir, el modelo conceptual no es la propia realidad, por si no había quedado claro. De la misma manera en que, como decía Alfred Korzybsi (A Non-Aristotelian System and its Necessity for Rigour in Mathematica and Physics), las palabras no son las cosas que representan; la crónica no sólo no es el conflicto, sino ni siquiera el evento puntual del que de cuenta en cada momento.

En periodismo – como en toda disciplina – no sólo no es preciso, claro está, igualar, como en el relato de Borges, el mapa al territorio; sino que sería ridículo siquiera aspirar a la quimera de duplicar la realidad, de construir un evento o, incluso, un mundo accesorio idéntico – porque amén de imposible, sería reproducir la incógnita.

Pero, volviendo a esta realidad, sí es necesario señalar los puntos, las referencias más relevantes. Si no, lo que se termina por confeccionar no es la representación de un hecho dado, de un conflicto puntual, sino otra cosa bien distinta que lo que hace es usurpar, hurtar la forma de ese hecho, de ese conflicto; un poco como el lobo de caperucita utilizaba las prendas de la abuelita: con afán de engaño. Porque, siguiendo a Francisco Carlos Ribeiro (El mapa no es el territorio: Un análisis de las limitaciones del conocimiento científico), “una interpretación, igual que la cartografía, depende de la capacidad del lector y de un conocimiento previo para hacer la lectura correcta de los símbolos y señales. Depende de la perfección de las señales y de una capacidad adecuada de quien hace la interpretación. Continuamente nos enfrentamos al problema de la información incompleta…”. Imagínese entonces si a esto le añadimos que, por un lado, la información no sólo es lógicamente incompleta, sino que además, la que se proporciona, pasa por un filtro ideológico que la adultera; si mucho del conocimiento previo está basado en esa misma información corrompida.

Lo usual, como señalaba Zia Haider Rahman en su novela In the light of what we know, que sucede con los mapas, es que se elimine información para proveer, aunque sea algo de información.

La cuestión es que, cada vez más, la mayoría de las crónicas en español sobre el conflicto árabe-israelí termina por obliterar tanta información que no provee prácticamente ninguna: casi todo se reduce a una repetición de una singularización de responsabilizaciones, de encuadres ideológicos, de valoraciones pseudo-morales, de tareas de blanqueamiento de todo aquello que pudiese perjudicar a la otra parte del conflicto. Poco más.

“El territorio ya no precede al mapa, ni le sobrevive. Sin embargo, es el mapa el que precede al territorio -precesión de simulacros- y engendra el territorio”, escribía Jean Baudrillar (Simulacra and Simulation).

Traducido a nuestros términos, podría decirse: es la ideología la que precede a la cobertura; a la realidad.

Comments are closed.