Opinión: Cuando se informa, el hecho es secundario, los medios doblan su posicionamiento

“… nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti”, John Donne

El conflicto árabe-israelí ha demostrado que el periodismo puede seguir cayendo más allá de lo que se creía era el fondo de los escrúpulos, donde la presión y la ausencia de oxígeno hacen imposible la vida profesional. Allí sólo sobrevive el activismo.

Más allá de esa profundidad liminar queda el territorio vasto e ignominioso de la complicidad. Allí donde se confunde el “periodista”-activista con aquel que incita a los niños al odio, a la violencia, a convertirse en “carne de propaganda”, en brazos ejecutores de las patentes y truculentas ideologías de sus líderes, de sus fines.

Si este descenso sólo afectara a los “profesionales de la comunicación” que se entregan, pasiva o voluntariamente, probablemente no sería siquiera un suceso a destacar: la hondura del deslizamiento los terminaría por hacer irrelevantes, invisibles; es decir, el producto de su ejercicio no alcanzaría más que a dos o tres desprevenidos que hayan podido seguirlos en esa inmersión. Mas, desafortunadamente, no es así.

Su posición, que se pretende asemeja a una suerte de “agentes de la verdad”, de “control del poder” – en fin, de esos elementos que un periodismo que ya no existe, construyó con sus altos y sus bajos, con sus imperfecciones -, les ha permitido arrastrar con ellos, usufructuando la credibilidad ofrendada por mucha de su audiencia, a esos mismos lectores, oyentes y televidentes.

Las consecuencias de ello son cada vez más visibles. Lo que empezó como un “happening” de impostura, negligencia, ideología – de la que Jean-François Revel decía (El conocimiento inútil) que es “mecanismo de defensa contra la información… y un medio para prescindir del criterio de la experiencia” -, se creía limitado e imposible de rebalsar el conflicto medio oriental, ha terminado siendo herramienta, cuando no, directamente motor, de divisiones político-sociales en los países de origen de esos medios de comunicación. Acaso nada percole tan fácilmente de un compartimento a otro como la mediocridad y la falta de escrúpulos – dos cualidades que las prácticas en el mejor de los casos insustanciales, aunque usualmente corrompidas por intereses particulares varios.

No son pocos los medios que recientemente miraban al público para recriminarle su escepticismo, la duda ante el producto noticioso; por la popularidad de medios “alternativos”, por las “fake news” (como si tantos de ellos no hubiesen comerciado con ellas; es más, como si tantos no hubiesen dañado su frágil prestigio manufacturando falsificaciones diversas, esperpentos doctrinarios). Se dirigían a él como diciendo: “son ustedes culpables por no creer obedientemente en nuestra fiabilidad – infalibilidad -; por no aceptar de manera aquiescente el ideario presentado en forma de crónica, por no repetirlo en sus círculos”. Pero no se referían a esas noticias falsas, de las cuales, por cierto, de la noche a la mañana, dejaron de comentar, de indignarse. Y es que en realidad hablaban a la audiencia de la propia audiencia, de su lealtad: incapacitados para sostener el interés del público, la con una producción fehaciente, profesional; le decían a la audiencia en qué creer, a quién creer, y cómo expresar esa creencia en términos de posicionamientos irreductibles, irracionales.

Es decir, muchos – demasiados – medios de comunicación han abrazado al descenso como fórmula para mantenerse a flote. Y la cobertura mencionada se ha convertido en una especie de adelanto de lo que vendrá en esos mismos medios a nivel local.

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