La acción, quieren hacer creer medios de comunicación y organismos y organizaciones internacionales, comienza cuando el atacado pone en marchas medidas para impedir que esas acciones pongan en riesgo las vidas de los suyos. Vamos, cuando las fuerzas de seguridad israelíes actúan. Así, el titular periodístico y la condena “internacional” – que llamativamente, o no tanto, suelen coincidir -, se efectúa sobre esa respuesta.
Los palestinos, se pretende, no son agentes responsables; con lo que, por tanto, no pueden provocar un cambio en las circunstancias: vamos, que se porfía que la violencia es siempre prerrogativa israelí.
Acaso crean, estos medios y organismos que, obrando de esta manera, les hacen un pingüe favor a los palestinos. A todos, no. Los únicos beneficiarios son sus líderes – la inmunidad para su corrupción, para su renuncia a crear un estado – y la tan mentada “causa palestina”. A propósito, y parafraseando a Jean-Fraçois Revel (How Democracies Perish), puede decirse que una de las principales bazas de los palestinos es la aversión de muchos occidentales a reconocer esta “causa” como lo que es: un intento perpetuo de acabar con el estado judío, que se funda, para los palestinos, en una cuestión principalmente religiosa (en este sentido, “Palestina”, que incluye el actual Israel, es un “waqf islámico”; un legado o dote religiosa inalienable en la ley islámica) y étnica (“Palestina”, se afirma, es “la patria del pueblo árabe”).
Lo que estos medios y organismos no pueden llegar a creer, ni esforzándose – y lo que los deja en una situación como mínimo vergonzosas –, es que acallando la incitación (entre tantos silencios a los que generosamente se abocan) el conflicto vaya a cesar o acortarse. Por el contrario, este es un elemento central del mismo: al punto que los niños son unos de sus destinatarios prioritarios, ya sea a través de textos escolares o de programas de la televisión oficial, entre otros medios de alcanzarlos.
A tal punto es así, que incluso Ghaith al-Omari, ex asesor del equipo negociador palestino y luego de Mahmoud Abbas, llegó a decir, como uno de los autores de un artículo publicado por el Washington Post el 6 de abril de 2017, que la Autoridad Palestina debe detener el pago a los terroristas presos y la incitación, pues son un obstáculo para la paz.
Lo son, porque la incitación garantiza un poso de odio perdurable, es decir, asegura la perpetuación del conflicto como ningún otro elemento, al crear un estado anímico negativo duradero y a prueba de razones, de hechos. Uno de los puntos que promueve esta terrible cosmovisión, es la idea de un estado de cosas que debe ser redimido de manera obligatoria. Y no es cualquier estado de cosas, sino el libelo del ataque a su fe, a las creencias que, se dice, son el rasgo más profundo, sincero y definitivo de su identidad colectiva.
Por eso, en septiembre de 2015, el periódico oficial de la Autoridad Palestina, el Al-Hayat Al-Jadida señalaba que “Su Señoría [Mahmoud Abbas] saludó a los murabitin [aquellos que llevan adelante la ribat, conflicto/guerra religiosa para proteger la tierra pretendidamente islámica] y declaró: ‘Cada gota de sangre que ha sido derramada en Jerusalén es sangre sagrada en tanto lo fue por Alá. Cada mártir (shahid) alcanzará el Paraíso, y cada herido será recompensado, Alá mediante”.
Incitación, libelo y religión, una tormenta perfecta que en occidente prefieren ignorar. No, ignorar no, porque al libelo, sí le dan espacio – esto, porfían, es “cobertura periodística”… -, contribuyendo a su diseminación y validación; mientras, eso sí, a la reciente y muy real profanación de la Tumba de José por parte de palestinos se la omitía servicialmente.
No, los medios ya no pueden esgrimir la carta siquiera de la negligencia. El juego de censuras notorias (para el terrorismo, incitación y glorificación de la violencia palestinas) e igualmente manifiestas ausencias de verificaciones (de sus afirmaciones y postulados, los atentados perpetrados por palestinos, que en el mejor de los casos se presenta de manera equívoca; etc.), no permite la evasiva de la ignorancia ni la de la cínica postura “moral”. La apropiación del léxico propagandístico palestino por parte de medios y organizaciones ha cerrado la vía de la excusa.
Decía Revel que, como una suerte de regla, la preocupación de que un hecho pueda influir en la opinión pública de una manera que no nos guste prevalece sobre nuestra curiosidad al respecto y sobre nuestra honestidad al darlo a conocer”. Los medios, y ONG como Amnistía Internacional, Human Rights Watch, B’tselem y tantas otras, son evidencia a favor de esta afirmación.
Anteriormente, la siniestra performance en el Monte del Templo (también conocido como Explanada de las Mezquitas) sirvió para que el presidente perpetuo de la Autoridad Palestina, Mahmoud Abás, cancelara las elecciones. En esta oportunidad bien podría servir para desviar el descontento de sus gobernados hacia su gestión de lo público (si es que tal cosa existe tal como se entiende en una democracia; incluso en una descarrilada) o como intento de debilitar la novedosa relación de Israel con algunos estados árabes. Como sea, siempre sirve para que el conflicto no decaiga: es decir, para que el liderazgo pueda seguir obrando a sus anchas con la coartada de una pugna trascendental que empequeñece sus mezquinas ambiciones terrenales.