“Fake news”, “posverdad”… hasta que se trata de Israel, entonces: “información”, “periodismo”

Las llamadas “fake news” (noticias falsas) y la denominada “posverdad” – como si detrás de la verdad hubiese algo más, otra “verdad”, o acaso una mentira que puede llegar a ser más conveniente, que, como en las monedas, tiene igual valor probabilístico (y moral), sólo hay que tirar, y en este caso, más bien ver quién tira, y observar qué sale – actúan sobre el sedimento de prejuicios. Son, así, en realidad, elementos de adoctrinamiento y propagada disfrazados de noticia que de manera intencionada o involuntaria por periodistas y medios impulsan o difunden.

Se trata, entonces, de material cuya función es ahondar prejuicios ya existentes – creados a través del tiempo como creencias, como certezas incontestables -, y para convencer a aquellos indecisos o indiferentes: el fin, ampliar la brecha entre el campo de los “persuadidos”, y de todos aquellos que representan al “otro” – ingrediente imprescindible para cualquier prejuicio -, e impedir el razonamiento crítico, el encuentro del argumento y del escepticismo, que podrían desprenderse de un diálogo.

Porque el prejuicio, que se exterioriza como “opinión”, defiende su pequeña elemental naturaleza interponiendo el sentimiento de ofensa (las pasiones) como una medida de protección, de subsistencia, ante aquello que se desvía de dicha sustancia, y responde en consecuencia con el insulto: una estrategia que cancela la posibilidad de que ingrese la más mínima duda al cuerpo de preconceptos e intransigencias.

No en vano, Arthur Schopenhauer decía que “el descubrimiento de la verdad se evita con más eficacia, no por la falsa apariencia que presentan las cosas, que inducen al error, ni de manera directa por la debilidad de las facultades de razonamiento, sino por una opinión preconcebida, por los prejuicios, que como un pseudo apriorismo se interpone en el camino de la verdad…”.

Estas posiciones inflexibles son muy difíciles de modificar; a fin de cuentas, presentan un cómodo reducto que no exige un continuo examen de los valores y elementos que sostienen el sistema de convicciones. Simplemente se sostiene en el tiempo. Así pues, ante opiniones contrarias, y, sobre todo, ante evidencias que podrían tirar por tierra los “fundamentos” de la propia preconcepción, la respuesta es el rechazo.

Este comportamiento, sostenía Shopenhauer, es aún más marcado cuando el prejuicio, es decir, el error, es compartido por un gran número de personas: “una vez que han adquirido una opinión, la experiencia y la instrucción pueden hacer su labor durante siglos contra [el error], y pueden hacerlo en vano”.

Cada una de esas “noticias” falsas, de esas “noticias” que se fundan en la “opinión” más que en la información (es decir, que precisan omitir, borronear, y hasta falsificar) trabaja sobre ese sustrato persistente – que puede permanecer en un estado que se parece al letargo; aunque más probablemente sólo pase inadvertido – que sólo precisa de unas ciertas condiciones (muy a menudo son las crisis económicas las que obran como catalizadores) para su crecimiento o manifestación abierta y consentida.

Los medios recientemente han hablado y mucho sobre las “fake news”, sobre la “posverdad”. Y lo han hecho como un mal ajeno que los afecta. Pero incluso así, sólo lo hicieron cuando, a su entender, afectaron de alguna manera el panorama informativo local; cuando afectaron su propia credibilidad, es decir, su posición ante el público de noticias. Porque en nada les importaba – les importa – cuando sus propias coberturas sobre el conflicto palestino-israelí incurrían en adulteraciones de la realidad, en opiniones sesgadas publicadas como material informativo, como hechos comprobados.

Así, mientras se cubrió la decisión de la Casa Blanca de reconocer a Jerusalén como capital de Jerusalén como si fuese una afrenta contra los propios periodistas, los propios medios; éstos callaron los llamados de los líderes palestinos a la violencia, o la parte del discurso de Mahmoud Abbas – presidente de la Autoridad Palestina y líder de la “moderada” Fatah – ante la Organización de Cooperación Islámica, reunida la pasada semana – , donde dijo que los judíos “son realmente excelentes en falsificar la historia y la religión”, pretendiendo así descartar como una falsificación el vínculo judío – probado histórica y arqueológicamente – con Tierra Santa y con Jerusalén en particular. No es la primera vez que lo hace. No es la primera vez que los medios miran para otro lado. Tampoco a ningún medio escandalizó que en abril de 2016, la Unesco adoptó una resolución en la que ignoraba el vínculo judío con el área del Monte del Templo y del Kotel (Muro de las Lamentaciones) en la Ciudad Vieja de Jerusalén.

Está visto que para esos medios que se erigen en faros morales de la información, no se trata de “fake news” o “posverdad” o mamarrachos profesionales cuando ello sirve al propósito de señalar a Israel como una suerte singularidad negativa que, al parecer, desequilibra la supuesta armonía mundial.

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