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Juan Miguel Muñoz en El País del 19 de noviembre de 2009, escribe con aplomo el siguiente título:
Cuando matar bebés es legítimo. Rabinos sionistas subvencionados por el Gobierno israelí explican que se puede dar muerte a niños gentiles si sus padres son malvados.

A continuación de este título sensacionalista, no es que Muñoz escribiera en la nota el hecho que dos rabinos discutieron la Halaja (ley judía) y llegaron a esas conclusions sobre el texto; tampoco que fueron repudiados por los miembros de su comunidad (Yitzhar) y por los colonos en general y por cientos de otros rabinos; ni tampoco que sus alumnos no participan del ejército por razones religiosasni que lo que ellos dicen no tiene ningún peso en las acciones de Israel.

No, Juan Miguel Muñoz teje una historia sórdida digna de los antiguos libelos de sangre antisemitas: los judíos matan a niños gentiles, y lo hacen a partir de lo que dictan sus libros sagrados (por suerte nos ahorró la parte de que también beben las sangre de los niños sacrificados).

La estrategia literaria de Muñoz es transparente: Encontrar hechos dispares, distorsionarlos en lo necesario, describirlos uno a continuación del otro, y crear la fantasía de que están relacionados. Así es que Muñoz presenta al principio de la nota dos párrafos sobre soldados que se niegan a evacuar a colonos judíos en los territorios. “Los jóvenes [que se niegan a evacuar a los colonos] estudian en Hesder Yeshivas” nos cuenta Muñoz, en donde “se imparten lecciones escabrosas”. ¿Cuáles serán las lecciones escabrosas? Muñoz nos guía de la mano hacia ellas.

El tercer párrafo lo dedica a narrar que los árabes musulmanes ya no tienen permitido sembrar el odio a los judíos desde sus minaretes y mezquitas y que ahora se controla esta actividad que era antes epidémica. No elogia los buenos resultadosni lo valiosode este cambio en el discurso extremista, sino que por el contrario escribe:

“Los espías abundan en cada rezo. La gente no se atreve a comentar nada con desconocidos”, asegura Issa, un treintañero de un pueblo lindante con Jerusalén

Muñoz introduce así un elemento de sordidez como para atizar la acción que está por comenzar y cuyo personaje central es, ¡lo adivinaron!, el “judío”.

El cuarto párrafo por fin entra en la historia de dos rabinos que han publicado un libro en el cual presentan la idea,que derivan dela ley judía, de que es aconsejable matar al enemigo, incluídos bebés del enemigo. De esta forma, Juan Miguel Muñoz construye la impresión de que son estas ideas, y estos rabinos, los que influyen en Israel en las acciones del ejército, de los soldados y en cómo se conducen las guerras, cuando en realidad, no hay relación entre los soldados de Hesder Yeshivas que se niegan a evacuar colonos y estos dos rabinos. La Yeshiva de estos rabinos, Yitzhar, no es parte de la red de Hesder Yeshivas y por lo tanto estos rabinos no enseñan a soldados.

Para probar que las enseñanzas “escabrosas” de los rabinos influyen en el ejército, Muñoz cita la guerra de Gaza y la existencia de “panfletos” esparcidos por rabinos incitando a “no mostrar piedad por el enemigo”. Cientos de soldados han contado que estos panfletos no eran otra cosa que una “plegaria para el camino” o una “alzada del espíritu” que comúnmente recibe todo soldado que sale a la guerra, donde se le incita a actuar con heroísmo y sin temor. Esto se ha hecho en todo el mundo, a lo largo de la historia, en todas las guerras.
Si bien es cierto que el libro de los rabinos Yitzhak Shapira y Yosef Elitzur fue publicado y contiene esas discusiones, éstos han sido repudiados por todo grupo religioso en Israel, incluyendo sus vecinos en su propia colonia de Yitzhar, lo cual Muñoz completamente omite de contar, a pesar de que esto apareció en el mismo artículo local sobre la publicación del libro. La última frase del artículo, omitida por Muñoz, es (en traducción):

Un residente del Shomron (en la Cisjordania) dijo en respuesta: los rabinos no nos representan ni representan a ninguna de las otras colonias.

Además, la yeshiva de Yitzhar, donde estos rabinos enseñan, no es una Hesder Yeshiva, y sus alumnos en su gran mayoría no participan del ejército. En resumen: dos rabinos sin voz ni voto, cuyos escritos claramente no afectan a soldados y mucho menos al ejército como institución, pero que Muñoz tuerce astutamente como si ese fuera el caso. Además, si bien es cierto que la Yeshiva de Yitzhar está subvencionada por el gobierno, así lo están todas las Yeshivas, pero eso no guarda ninguna relación con queel gobierno o el ejército se rijan por ellas.

Los estándares morales del ejército de Israel no están basados en Yeshivas o en rabinos. El coronel Richard Kemp, asesor del gobierno del Reino Unido para asuntos militares, declaró durante la guerra en Gaza: “No creo que haya habido en la historia de los conflictos armados ningún ejército que haya hecho mayores esfuerzos para reducir la muerte de civiles y personas inocentes que el ejército de Israel está haciendo hoy en Gaza”.

Los rabinos en cuestión, si bien no contribuyen en absoluto al buen nombre de Israel escribiendo ideas ampliamente repudiadas basadas en textos, tampoco tienen influencia alguna en el ejército on en la sociedad israelí. Esgrimir sus escritos, agregar párrafos no relacionados sobre acciones de soldados desvinculados a ellos que se niegan a desmantelar colonias, insinuar que el ejército israelí obedece a dictados “escabrosos” y que comete actos de “asesinatos de bebés árabes” es un acto abominable de blasfemia por parte del desvergonzado Muñoz y del igualmente desvergonzado diario El País.

Mientras disfruta de la hospitalidad de Israel, sentado probablemente en sus cafés asoleados y protegido de ataques homicidas por los “uniformados” que difama, Muñoz trama sus artículos con motivos, crímenes y adjudicación de culpa, mientras que El País publica sin edición ni cuidado periodístico alguno las injurias y blasfemias de Muñoz.

Que el Estado de Israel no le retire a Muñoz su visa periodística por insinuar estas blasfemias sobre el ejército demuestra cuán risibles le deben parecer. Sin embargo, atendamos a lo que nos enseña la Historia. Un tal Theobald de Cambridge, Inglaterra, judío converso al catolicismo, “confesó” ahí por el año 1144 que los judíos europeos se reunían todos los años en Narbonne a decidir adónde en Europa un niño cristiano sería sacrificado para la Pascua y beberían su sangre. Este mito se fue extendiendo por toda Europa y para el 1235 resultó en la ejecución de 34 judíos en Fulda, Alemania, acusados de haber realizado el ritual de beber sangre de un niño cristiano. Este mito fue desvirtuado por la más respetada autoridad católica, a saber: el mismo Papa Inocencio IV, quien entre los años 1247 al 1253 sacó 4 bullas en las que declaraba: “El Papa prohíbe acusar a cualquier judío de usar sangre en sus rituales, dado que el Antiguo Testamento prohíbe a los judíos consumir sangre, menos aún sangre humana”. A pesar de que actualmente los cristianos tuvieron desde sus comienzos el rito de beber la sangre de Cristo en la Eucaristía, por lo cual fueron acusados por los paganos, los judíos nunca tuvieron un ritual semejante, en donde la idea de beber sangre fuera parte del ritual religioso. La lección impartida en esta historia es que: no ayudó que el mismo pontífice negara vehementemente los cargos; el daño ya estaba hecho. Por cientos de años el libelo de sangre circuló por toda Europa y causó la muerte y el tormento de cientos y miles de judíos.

Así también, el título “Cuando matar bebés es legitimo” ya ha hecho el daño tanto para los que leen “sólo los títulos” como para los que leen toda la nota. Muñoz puede enorgullecerce de haber sembrado una blasfemia en el jardín de las blasfemias antisemitas de antaño. Lo que se ignora cuando se considera inocuo lo que Muñoz escribe es que estas historias son leídas por miles de lectores y adoptadas seriamente por algunos cientos de ellos, causando un daño que sólo el tiempo puede medir. Éstas son las mentiras vilmente fabricadas por Muñoz, mientras saborea un buen café en las calles asoleadas y seguras de Jerusalén, capital de Israel.

Desde este sitio, solicitamos a El País la retracción de este artículo por sus insinuaciones tergiversadas y omisiones viles.

repudio:

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