La tan silenciada incitación palestina dirigida a los niños

En octubre, mientras el vértigo informativo – y el celo activista de tantos medios y/o profesionales – iba de Siria a España, de este país a Ecuador y volvía a Siria, para dirigirse desde allí a Chile, luego de haber dejado detrás el tema del calentamiento global y a su portavoz predilecta, pasaba por alto – oh, sorpresa – el adoctrinamiento dirigido a los niños palestinos a través de la televisión oficial de la Autoridad Palestina. Un adoctrinamiento por demás tétrico.

El 3 de octubre de 2019, según daba a conocer Palestinian Media Watch, transmitía un video musical que además de anticipar una Palestina ocupando el actual Israel, decía:

“Oh, Ahmed, este es mi país….

Sus fronteras están marcadas por la sangre del mártir palestino –

La historia palestina nos da testimonio [de ello]…”

Un mes antes, la misma televisión oficial mostraba a una niña de segundo grado recitando un poema:

“[Arafat] Tú eres el rifle y yo soy el que aprendió su arte.

Oh, Mahmoud Abbas, camina y no te preocupes…

Por Alá, mi sangre es tu sangre

[Arafat,] eres la mañana de los mártires

Eres la noche de los mártires…”.

La sangre, la vida, de los niños pertenece, pues, a los líderes palestinos … Nada nuevo. Después de todo es sistemática la glorificación del terrorismo y del “martirio” dirigida a los niños – mientras Unicef y el Comité de Derechos Humanos de la ONU miran, como los periodistas que cubren el conflicto, para otro lado; después de todo, ya tienen práctica en negar lo evidente y en inventar lo inexistente.

La figura del “mártir” es central en la “narrativa” (y las prioridades) que impulsa el liderazgo palestino – el de Fatah y el de Hamás. Porque nada sirve tanto para controlar a la propia población como disponer de sus vidas; o, más precisamente, de su voluntad de entregar sus vidas: no sólo deviene en una obediencia, una sumisión, sino además en una mera herramienta de propaganda (con el inestimable auxilio de los medios occidentales) y en un arma (es decir, la cosificación más absoluta).

En medio de la ola de atentados terroristas palestinos contra israelíes, el alto funcionariode Fatah (miembrod e su Comité Central, ex director del servicio de Inteligencia General de la Autoridad Palestina) Tawfiq Tirawi, contabacon orgullo (27 de octubre de 2015): “El palestino por naturaleza y educación siente un sentido de pertenencia a la tierra y a la patria. Escuche, mi hijo tiene dos años y tres meses. Ayer, le cantó a su madre: ‘Escolta al mártir a su casamiento’. No conoce el significado de esta canción [la creencia de que los mártires se casan con 72 vírgenes en el Paraíso]. Hoy, su madre me dijo que cantó: “Papi, cómprame una ametralladora y un rifle, así voy a derrotar a Israel y a los sionistas’. ¡Un niño que aún no tiene tres años! Un palestino crece con un sentimiento de pertenencia a la tierra, a la patria y al pueblo”.
Una figura que, si ya de por sí es siniestra, lo es aún más cuando se pretende instalar como modelo a seguir entre los menores.

Era en esta línea que el líder del grupo terrorista Hamás en Gaza, Yahya Sinwar, afirmaba el 16 de mayo de 2018 durante una entrevista televisiva:

“Cuando decidimos embarcarnos en estas marchas, decidimos convertir lo que nos es más querido – los cuerpos de nuestras mujeres y niños- en un muro de contención que impida la deriva muchos árabes hacia la normalización de los lazos con [Israel]”.

La misma en la que Abbas podía decir (y la televisión oficial de la Autoridad Palestina emitía) inmediatamente antes del inicio de la llamada “intifada de los cuchillos”:

Bendecimos cada gota de sangre que se ha derramado por Jerusalén, esta sangre es limpia y pura, es sangre derramada por Alá… Cada mártir (Shahid) alcanzará el Paraíso, y todo quien ha sido herido será recompensado por Dios”.

La audiencia sabía muy bien lo que en realidad estaba pidiendo Abbas en nombre de Jerusalén. Muy bien.

Se puede disfrazar esta omisión también sistemática como se guste, pero al final siempre se llegará a su ineludible carácter: colaboración.

Por eso mismo, ya es inútil preguntarse dónde está la cobertura; y quizás sea más oportuno preguntar dónde está la decencia, o, como mínimo, el código deontológico.

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