Inspiración israelí, ciudadanía portuguesa

Artículo de opinión escrito por Romeu Monteiro, y publicado originalmente en hebreo en un periódico estudiantil de la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad de Haifa, Israel, el 29 de mayo de 2013. Publicado también en Like Animals. Romeu Monteiroparticipó del Viaje a Israel de CAMERA

Mi país, Portugal, es un país virtualmente vacío de judíos. Yo no soy judío, y he conocido un muy pequeño número de judíos en Portugal. Como sucede en la mayor parte de Europa, parece que la mayor parte de la gente aquí cree que Israel es un país beligerante, plagado de extremismo religioso y de violencia. Esa solía ser mi visión sobre la opinión pública, pero ya no estoy tan seguro. Quiero compartir cómo fue que me vi expuesto a información positiva y veraz sobre Israel en Portugal, tanto a través de los medios de comunicación como del contacto social; cómo llegué a amar a Israel y cómo encontré a otros en Portugal que también aman a Israel.

Mi conexión con el Pueblo Judío comienza con la toma de conocimiento, con nueve años de edad, de los terribles sucesos del Holocausto a través de la lectura del diario de Ana Frank, en 1999. Entonces sentí un fuerte sentido de solidaridad con el Pueblo Judío, que se transformó en un sentido de identificación cuando en el año 2000 descubrí que yo era gay, y me sentí víctima del prejuicio y la injusticia. Mientras la Segunda Intifada hacía estragos en Israel durante la primera mitad de la década pasada, y se transformaba en una presencia habitual en las noticias de la televisión en Portugal, comencé a interesarme por el conflicto. Los palestinos parecían estar tan desesperados que se mataban a sí mismos para luchar contra Israel. Me preguntaba, ¿cómo puede Israel y los judíos convertirse en ocupantes y victimarios de otro pueblo después de lo que han pasado?

Como me interesé en el conflicto – desde el punto de vista pro-palestino que parecía impregnar mi entorno – comencé a seguir tantas fuentes de información pro-palestinas como podía encontrar en la web. Entre ellas había blogs de movimientos de solidaridad, Ha’aretz y Voz Judía por la Paz. No identifiqué a ninguna de esas fuentes como anti-israelíes o antisemitas, sino simplemente como voces liberales pro-palestinas. Se presentaban a sí mismas con mensajes positivos, centrándose particularmente en varios activistas judíos y/o israelíes que luchaban por los derechos palestinos; aquellos que lo hacían en el bando contrario, se agrupaban en entidades deshumanizadas como “el gobierno israelí”, “el ejército” o “los colonos”. Era fácil culpar a estas entidades y no percibir ningún tipo de antisemitismo; el hecho de que estas organizaciones y sus acciones representaran fielmente al pueblo israelí y su deseo, era algo que no se discutía. Yo esperaba que las otras fuentes – las pro-israelíes – fuesen conservadoras, racistas, intolerantes, por lo que no me creía capaz de leerlas. No creía que pudiera existir una corriente narrativa creíble en apoyo a Israel, ya que creía que existía un consenso en la condena a Israel tal como existía en su momento en la condena del apartheid sudafricano. Algunos temas simplemente parecen claramente definidos en blanco o negro, y el conflicto palestino-israelí parecía de estos.

Recuerdo haber visto los informes televisivos de Henrique Cymerman, corresponsal portugués-israelí en Tel Aviv. Practicaba un periodismo muy profesional y hablaba no sólo del conflicto sino de otras cuestiones, que abarcaban desde cultura hasta tecnología en Israel. Ese tipo de noticias no relacionadas con el conflicto eran en general positivas, a pesar de que también se presentaran otros temas negativos. Y a pesar de esto, y de la exactitud con que Cymerman informaba, jamás hubo una narrativa pro-israelí; en cambio todas las noticias sobre el conflicto provenientes de los medios portugueses se iban agregando en un mensaje que retrataba a Israel como el agresor, puesto que carecían de contexto y de los elementos analíticos necesarios para desenmascarar los mitos arraigados en palabras tales como “ocupación”, “colonos”, “palestinos” y “Cisjordania”.

A pesar de esa imagen negativa de Israel, para mí había algo muy inquietante al considerar que un país que yo sabía desarrollado, democrático, occidentalizado y educado, pudiera aplicar una política aparentemente tan ajena a la modernidad occidental. No tenía sentido que un pueblo tan educado como el judío, que había sufrido una terrible persecución, no hubiese aprendido nada de ella. Algo no encajaba.

Entonces, en 2008, luego de intercambiar comentarios a través de Youtube con Avi, un israelí de Jerusalén, aproximadamente de mi edad, le pedí que argumentara a favor de Israel. Quería conocer la narrativa de los israelíes – por qué apoyaban ese tipo de acciones, qué se decían a sí mismos para poder conciliar el sueño -, de manera que yo pudiera juntar todas las piezas del rompecabezas. Sus argumentos, basados en hechos y ejemplos históricos de odio antisemita en Medio Oriente frente al carácter humanista de la mayoría de la sociedad israelí, me mostraron cuán incompleta y fuera de contexto era mi información sobre Israel y el conflicto, y me forzó a aprender más. Por ejemplo, recuerdo haber tomado un libro que mi padre me pasó, Reader’s Digest, Grandes eventos del Siglo XX, publicado en 1979, y comprobar las secciones sobre la independencia de Israel y la Guerra de los Seis Días, todo estaba allí: los líderes árabes diciendo que cometerían una “masacre mongola”, el deseo árabe de expulsar a los judíos de Palestina, etcétera. Entonces se me hizo muy evidente que Israel había estado actuando en defensa propia.

Con el paso del tiempo, Avi fue al ejército, y me contaba lo que estaba aprendiendo en las IDF, cómo se les enseñaba a los soldados a disparar únicamente bajo condiciones muy estrictas. También comencé a intercambiar mensajes de Facebook con Dalia, una muchacha israelí de Netanya y estudiante en la Universidad de Tel Aviv. Ella me contaba muchísimas cosas sobre Israel, sobre su cultura y su política, especialmente en su Universidad, entre otras cosas. Fue increíble aprender de primera mano sobre Israel, sobre el conflicto y el debate político, de israelíes comunes, gente joven como yo.

Llegado a este punto en el tiempo, luego del impacto de entender que una parte tan importante de mi visión del mundo estaba completamente equivocada y de que yo había sido extremadamente injusto y prejuicioso hacia Israel y los israelíes, me volví muy sensible a todo lo que leía o escuchaba sobre los judíos e Israel.

Además, de Ha’aretz, comencé a seguir otras fuentes de información originadas en Israel, como The Jerusalem Post, Ynet y otros servicios de noticias online en inglés más pequeños. El mayor avance se produjo con The Jerusalem Post. Recuerdo darme cuenta de cómo la portada mostraba un gran número de noticias de los eventos del mundo árabe y musulmán. Esto me llamó la atención porque en Portugal la prensa está muy centrada en los países occidentales y sus intereses, por lo que estamos muy desinformados de lo que ocurre en los países musulmanes y árabes. Nunca me había percatado de que los israelíes prestan tanta atención a lo que sucede a su alrededor, especialmente en los territorios en disputa y en los países árabes. No eran insensibles a la política exterior como sucede con frecuencia en otros países. Al leer los artículos de estos periódicos, especialmente The Jerusalem Post, me di cuenta de que había un foco muy fuerte en los hechos, había contexto, y no encontré opinión mezclada en las noticias o sesgo que me hiciera sentir incómodo. Aprendí a comparar noticias de distintas fuentes y rápidamente comprendí cómo los distintos medios seleccionan sus noticias, los hechos de los que informan, el contexto que proveen y cómo manipulan todo esto con el fin de transmitirle a sus audiencias un mensaje que venda, algo que refuerce las creencias de sus lectores. La realidad es que el 99 por ciento de las veces no mienten, pero existen muchas maneras de engañar a la gente sin mentirle.

Con el tiempo, quedé fascinado con las columnas de opinión publicadas en los diarios israelíes. Leí varias columnas de diferentes autores acerca los fuertes dilemas morales, donde reflejaban la preocupación por la situación en Israel y los territorios. Múltiples artículos de opinión presentaban las realidades de (des)confianza y empatía entre judíos y árabes en Israel y en los territorios en disputa. Esos dilemas morales son una realidad extraña para alguien proveniente de un país homogéneo, estable y sin un fuerte sentido de identidad como Portugal; estos dilemas eran presentados de una manera increíblemente humana, con lo que era muy fácil sentir empatía.

En la vida real, en tanto me impliqué de una manera positiva con Israel – me hice más sensible al discurso sobre Israel – y mis amigos se dieron cuenta de mi interés por Israel, tuve que lidiar con distintas reacciones y actitudes. Aquellos que simpatizaban con Israel, inesperadamente, eran mayoría.

De pronto parecía que Israel se había convertido en una moda. En 2011, el único miembro abiertamente gay del parlamento de Portugal, renunció y viajó a Israel. Y desde las playas de Tel Aviv, entre otros lugares, publicaba públicamente en Facebook. En 2012 y 2013 volvió a Israel para estadías de un mes, para dictar conferencias y realizar investigación en la Universidad Hebrea de Jerusalén, mientras escribía sobre sus viajes y su fascinación con, en sus palabras, Israel/Palestina. El año pasado, un grupo de jóvenes dirigentes de nuestro parlamento – de un espectro político que abarcaba desde el Partido Socialista a la Democracia Cristiana – visitaron oficialmente Israel y comentaron de manera amena en sus página de Facebook sobre los interesantes libros de historia israelí que habían comprado en Herzliya. El Secretario de Estado para Turismo de Portugal dijo recientemente en una entrevista que está fascinado con el Estado de Israel y que le encantaría aprender hebreo. Y aún hay más ejemplos de apoyo portugués a Israel.

No es difícil amar a Israel, o al menos tener algún sentido de admiración por el país, especialmente para la gente LGBT (lesbianas, gais, bisexuales y transexuales) en Portugal. Uno puede mencionar a las 100 mil personas que participan en la Fiesta del Orgullo en Tel Aviv; el refugio para los jóvenes LGBT expulsados de sus casas que existe en Israel; el hecho de que Israel reconoce el matrimonio entre personas del mismo sexo, el objetivo de la Municipalidad de Tel Aviv de convertirse en el lugar número 1 para el turismo gay mundial; los gay y lesbianas sirviendo abiertamente en el ejército (IDF), el hecho de que Israel ha sido representado en el concurso de la canción de Eurovisión dos veces por una cantante transexual. Nos gustaría que Portugal tuviese un historial como este. La lista es increíblemente sorprendente para personas LGBT, pero pueden confeccionarse listas similares para múltiples áreas: medio ambiente, economía, ciencia, etcétera.

Israel en sí mismo es su mejor publicidad; incluso con todos sus problemas y desafíos, es difícil no estar impresionado con este país. En un mundo donde la gente está más conectada que nunca, e ideas, fotos y videos fluyen libremente y sin problemas, mi predicción es que crecerá la cantidad de gente que ve al verdadero Israel y, de esta manera, su perspectiva sobre Israel será generalmente positiva.

Romeu Monteiro es un estudiante de doctorado en Ingeniería Electrónica en la Universidad Carnegie Mellon (Estados Unidos) y en la Universidad de Aveiro (Portugal).
Traducción: Grupo ReVista
Original en inglés: CAMERAonCampus(30 de mayo de 2013)

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