La magnificación, la exageración ideológica de un suceso precisa, casi siempre, de la falsificación, la fabricación o la tergiversación – a menudo, una mezcla de ellas. Algo de esto se ha visto en varios medios en español con motivo de la visita del novel ministro israelí Itamar Ben Gvir al Monte del Templo.
Para comenzar, los medios coincidían en una la reiterada adjetivación del político y de su partido a lo largo de sus textos – “extremista”, “ultranacionalista” –, que contrastaba con la ausencia, ya no de tales calificativos, sino incluso de la definición de organización terrorista que de Hamás hace, entre otros, la Unión Europea; y de la propia declaración de intenciones del propio grupo, es ya revelador de lo que el lector podrá encontrarse a continuación.
Así, por ejemplo, ilustraba esto mismo el Huffington Post (04/01/23):
“El movimiento islamista Hamás advirtió de que su entrada al recinto podría provocar otra escalada de violencia, a lo que Ben Gvir respondió: “Nuestro gobierno no sucumbirá a las amenazas de Hamás”. El ministro es líder de Poder Judío, partido ultranacionalista, religioso y supremacista judío”.
Por su parte, El País (03/01/23), que decía que la vistita de Ben Gvir era “un acto que amenaza con aumentar la tensión con la población musulmana”, en su destacado apuntaba:
“El extremista Itamar Ben Gvir desafía las advertencias del movimiento palestino Hamás contra su presencia en el recinto. La Yihad Islámica avisa de la posibilidad de una nueva “intifada””.
En ese destacado el medio avanzaba la fórmula necesaria para convertir una visita al mencionado recinto en un detonante de una violencia que, por otra parte, no precisa de tales incentivos, de tales justificaciones – a no ser, de cara a un occidente que tampoco, a esta altura, requiere de esos paripés.
De tal guisa, el medio señalaba:
“La visita a la Explanada de las Mezquitas a finales de 2000 del general y político israelí Ariel Sharon, que por entonces era líder de la oposición, se considera el desencadenante de la Segunda Intifada palestina, por lo que cualquier visita de un líder político de Israel se interpreta como una amenaza a la estabilidad y al statu quo del lugar”.
El Heraldo (noticia actualizada el 04/01/23) realizaba para concluir su crónica la misma afirmación falaz:
“Mientras Ben Gvir centraba la atención de los medios con su paseo por el lugar santo, las autoridades palestinas anunciaron la muerte de Adam Ayyad, de 15 años, tras recibir un disparo durante una redada del Ejército en Belén. Es el tercer palestino fallecido en los últimos tres días y este 2023 empieza como concluyó 2022, el año más sangriento del conflicto en los últimos 16 con más de 150 muertos palestinos y una veintena de israelíes, según la ONU. No se registraban tantas muertes desde el final de la Segunda Intifada o Intifada de Al-Aqsa, una revuelta que estalló tras la visita del entonces líder de la oposición Ariel Sharon a la Explanada de las Mezquitas”.
Para comenzar con este párrafo, el 3 de enero de 2023, The Times of Israel señalaba ya que el cuerpo del joven “fue visto envuelto en la bandera del Frente Popular para la Liberación de Palestina antes de su funeral, lo que indica su posible afiliación al grupo terrorista”. Además, señalaba que en redes sociales “circuló un testamento aparentemente escrito por Ayyad antes de su muerte, en el que se autocalificaba de ‘mártir’”.
Más, todo esto no encaja en el final del texto de el Heraldo, que pretendía grabar en los lectores una imagen muy concreta: Israel como brutal opresor, ocupante, que extrae de sus víctimas las respuestas (“pobres”, “incapaces”) más que comprensibles.
Y, como ya se adelantaba, también engañaba sobre el origen de la llamada segunda intifada.
Que Yasser Arafat lanzó la intifada a su regreso de Camp David luego de darle un portazo a la paz, no es ningún secreto. A esta altura, seguir repitiendo el dictado de la propaganda palestina no puede ser considerado periodismo.
El ministro de Comunicaciones de la Autoridad Palestina, Imad Faluji, en un mitin en el “campamento de refugiados” de Ein Hilwe en el sur de Líbano, declaró que la nueva intifada (segunda intifada) había estado en planificación durante meses:
“Quien piense que la intifada estalló a causa de la visita del despreciable Sharon a la mezquita Al-Aqsa, está equivocado, aunque esta visita fue la gota que colmó el vaso del pueblo palestino. Esta intifada fue planeada con antelación, desde el regreso del presidente Arafat de las negociaciones de Camp David, donde le puso la mesa boca abajo al Presidente Clinton… [Arafat] rechazó los términos estadounidenses y lo hizo en el corazón de los Estados Unidos”. (MEMRI, Special Dispatch No. 194 – PA, March 9, 2001)
Así, el director Adjunto de la Autoridad Política y Educación Nacional de la Autoridad Palestina, Mazen Izz Al-Din declaraba en la televisión de la Autoridad Palestina 28 de mayo de 2002:
“La Intifada de Al-Aqsa – si queremos ser sinceros y abiertos, la historia revelará un día – que la misma [la Intifada] y todas sus directivas pertenecen al presidente y comandante Supremo Yasser Arafat”.
Esta falsedad es casi una condición necesaria para construir el cuadro de incitación a la violencia de una visita al recinto sagrado. Es necesaria para volver otra vez sobre la figura del Estado invasor, provocador. Necesaria para maquillar a la violencia palestina como una reacción, y no como un medio (y, a la vez, un fin) para la consecución (o su intento) de “liberar todo Palestina”, que es lo que promueven el grupo terrorista Hamás y la nada moderada Fatah.
Esta representación del conflicto (ocupado vs. ocupante; aborigen vs. colono) requiere que, efectivamente, lo israelí, lo judío, sea percibido como foráneo, como una invención, una imposición peregrina en la región, y no como un hecho demostradamente histórico, apoyado en los descubrimientos arqueológicos.
Así, por ejemplo, en una crónica de Efe (recogida por QuéPasa el 3 de enero de 2023) se podía leer que:
“La Explanada de las Mezquitas es sagrada tanto para musulmanes -alberga la importante mezquita de Al Aqsa y el Domo de la Roca, donde el profeta Mahoma ascendió al cielo-, como para judíos, que lo llaman Monte del Templo porque creen que allí se levantó el Segundo Templo.
La agencia de noticias adoptaba de esta manera la denominación musulmana del recinto – y no mencionaba que es el lugar más sagrado del judaísmo, en tanto es el tercero del islam -; y, además, presentaba la santidad del lugar como “hecho” establecido en el caso del islam, mientras que (de espaldas a la historia y a la arqueología) como una mera creencia judía el hecho de que el Templo estuviera allí.
Aunque las crónicas resultan de acciones, de hechos (al menos, se basan en ellos – unas veces, como esas películas que resultan tan disímiles de los libros de los que dicen sacar su sustrato), son en realidad los medios, los redactores, quienes terminan por “hacer” – o “rehacer” – el suceso y definir a sus actores; es decir, de crear significado, de asignar motivos y objetivos – más o menos honorables, según interés, afinidad o rechazo respecto del actor, de su “causa”); de “verificar”, y hasta de “santificar” o demonizar.