Activismo al desnudo

En una entrevista que el medio del cual es subdirector le realizaba, Joan Cañete evidenciaba no sólo su activismo (en lugar de profesionalismo) respecto del conflicto árabe-israelí, sino su su desconocimiento del mismo.

Y es que, interrogado en El Periódico por su toma de partido, respondía:

“Yo no le llamaría tomar partido. Hice mi trabajo. Cuando llegué me di cuenta de que había un discurso político dominante que los medios de manera explícita e implícita repetíamos y que es uno de los motivos por los cuales este conflicto se dice que es tan endemoniado e irresoluble. Y la única manera de deshacer este discurso era hacer un trabajo sobre el terreno como periodista y explicar lo que veía. […] No se puede entender este conflicto sin Estados Unidos y la manera en que funciona la relación política entre EEUU e Israel […] Este libro no es un libro neutral, adopto una posición, moral si quieres, pero ante todo basada en mi trabajo como periodista. Lo que no adopto tampoco es una falsa imparcialidad”.

Es decir, la suya, sostiene, es una “posición moral”. Que viene a ser la posición, o, más bien, el disimulo, la coartada, del que se erige en poseedor de la razón (moral) y, por tanto, en juez.

De más está decir que no explica en qué se funda esa moralidad ni qué (o cómo) es esa labor de periodista que ha realizado. Pero ya estamos acostumbrados a las categorizaciones vacías, a la abstracción que elude la responsabilidad del quehacer periodístico – ese quehacer desde ReVista ha sido señalado en numerosas oportunidades y que implica, ante todo, un trato honesto de los hechos.

Pero quedémonos, por ahora, con la frase “no se puede entender este conflicto sin Estados Unidos y la manera en que funciona la relación política entre EE. UU. e Israel”.

Porque a continuación decía:

“El que dice que el palestino-israelí es un conflicto muy difícil porque parte de la base de que son dos pueblos que tienen el mismo derecho sobre la misma tierra, que no hay manera de conseguir la paz porque los extremistas de las dos partes han dinamitado y boicoteado cualquier tipo de intento de conseguirla. En mi opinión, este no es un conflicto entre dos pueblos que tienen el mismo derecho sobre la misma tierra, porque eso implica que son simétricos, que tienen la misma capacidad de hacerse daño el uno al otro y no es así”.

Aquí surge el primer problema. El conflicto es árabe-israelí. Y la pretendida asimetría sólo lo es si se limita el conflicto a la “cuestión palestina” y no al contexto mayor. De hecho, la asimetría existió, pero no como la proponía Cañete, sino inversa: aquella de 1948, cuando una coalición de ejércitos árabes atacó a Israel – una guerra “de exterminio y una masacre trascendental” en palabras de Azzam Pasha, Secretario General de la Liga Árabe. Prácticamente lo mismo puede decirse de 1967 y 1973.

Fue, por lo demás, la Liga Árabe – a instancias de Egipto – quien fundó la OLP.

Pero según Cañete, el conflicto no se puede entender sin la relación de Israel y Estados Unidos, pero sí sin el papel de la Liga Árabe y de algunos estados árabes…

Acto seguido, afirmaba que:

“En la historia de un proyecto ideológico de enorme éxito, que es el sionista, que logra llevar a miles de personas de todo el mundo a una tierra y construir allá un gran país, moderno y ejemplar en muchos sentidos. Un proyecto que declara a Israel un Estado exclusivamente judío. Y ahí radica el problema: el proyecto sionista tiene que lidiar con el pequeño detalle de que ahí vivían y viven millones de personas que no son judías”.

Allí no “vivían” esos “millones” de personas que porfiaba el periodista. De hecho, un informe de interno de la Administración Civil de Palestina durante el período del 1 de julio de 1920 al 30 de junio de 1921, del 30 de julio de 1921 exponía:

“En la actualidad, hay en toda Palestina apenas 700.000 personas, una población mucho menor que la de la provincia de Galilea en la época de Cristo. * (*Véase Sir George Adam Smith, Historical Geography of the Holy Land, Cap. 20.)”.

Además, a esa región no llegaron sólo judíos a sumarse a los que allí estaban, sino una importante inmigración árabe procedente de Egipto, la península arábiga, otros países del norte de África, Siria y Líbano actuales, atraída por las novedosas oportunidades – fruto del proyecto de saneamiento de la tierra (desde la lucha contra la malaria, la mejora del suelo) y de los nuevos emprendimientos por parte de los judíos. Estos inmigrantes pasaron a ser considerados “palestinos” luego del establecimiento de Israel.

Cañete sugería la idea de la “narrativa” que pretende que los judíos son “colonos” en esa tierra, extraños a ella, sin derecho alguno. Para ello, volvía recurría a un historiador como Ilan Pappe, del que Benny Morris llegó a decir que “desafortunadamente, mucho de lo que Pappe trata de vender a sus lectores es una completa fabricación”. Pero esa fabricación se ajusta al “relato” al que suscribe Cañete Bayle, que también se apoyaba en Shlomo Sand, quien niega la existencia de un Pueblo judío – después de todo, que reconoce este profesor de la Universidad de Tel Aviv, su misión es invalidar las bases del sionismo y cuya tesis es que los árabes son los herederos de esa tierra.

Más adelante, Cañete ya no insinuaba:

“Si entendemos el proyecto sionista como un proyecto de colonización, era coherente que la resistencia palestina tuviera una fase de movimiento de liberación nacional. Y también era lógico luchar por crear un estado palestino. Pero la realidad ahora, tras años de colonización israelí, es que de facto hay un solo estado en el territorio de lo que era la Palestina histórica. La colonización ha llegado a unos puntos tan profundos que es imposible ahora mismo decir que es posible crear un Estado palestino viable”.

Y así, de un plumazo, se borra la responsabilidad de los líderes palestinos y árabes en la inexistencia de un estado palestino: las guerras de agresión llevadas adelante por estos, sus negativas a la paz; todo barrido debajo de la generosa alfombra de la ideología.

Por lo demás, ¿será este el trabajo periodístico que mencionaba: el de elegir fuentes fuertemente sesgadas e interesadas y descartar al resto? ¿El de desechar la historia para suplantarla con consignas que demonizan?

¿O lo será cuando se inventa diferencias legales inexistentes?:

“Israel es una democracia para los ciudadanos judíos, que a la hora de dar plenos derechos de ciudadanía se rige por criterios de etnia. Es el Estado de todos los judíos del mundo, pero no todos los ciudadanos israelís tienes los mismos derechos, me refiero a los israelís palestinos. Votan en las elecciones, tienen sus partidos políticos, pero no tienen los mismos derechos”.

Para comenzar, no existe tal cosa como un “israelí palestino”. Existen, sí, árabes israelíes. Y para continuar, cuáles son esos derechos de los adolecen los árabes israelíes, si todos los ciudadanos del país tienen plenos derechos. Como en toda demagogia, se arroja la acusación, la etiqueta y, por supuesto, se prescinde del argumento, de la prueba.

En definitiva, Cañete no decía nada que no hubiese dicho o insinuado ya en su “cobertura” del conflicto y de Israel. Sólo le recordaba al lector atento, lo poco fiable que puede ser aquello que se le presenta como información sobre este asunto.

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