Israel es uno de los lugares del mundo con mayor densidad de periodistas y corresponsales por metro cuadrado – probablemente, incluso más que alguna que otra redacción. Comparado con otros conflictos más sangrientos, el de los palestinos con el estado judío despierta un interés inusitado, alimentado por los propios medios probablemente por su capacidad de galvanizar a las poblaciones occidentales.
No en vano, nadie se manifiesta en las calles europeas pidiendo el fin de la guerra civil en Sudán con sus millones de desplazados y la limpieza étnica en Darfur; que, si son mencionados en las noticias, lo hacen apenas como un brevísimo comentario frío, abstracto. Tampoco, evidentemente, llueven editoriales en las páginas de El País denunciando la liquidación sistemática de las comunidades cristianas a manos de ISIS, ni se alzan “#MeeToo” en defensa de las mujeres afganas… Sin embargo, no falta banderita palestina en la solapa de cualquier actor que se precie de sus valores, o happenings callejeros en Europa a golpe de keffiyas de antisistemas enmascarados.
Y es que, a pesar de estar saturados de información, navegar el panorama mediático actual, sus noticias, análisis y comentarios, que se nos presentan como verdades absolutas, reduce la complejidad de un conflicto donde hay varios actores, a una narrativa resumida en eslóganes ideológicos. La capacidad de discernir la verdad de la manipulación se ha convertido en un verdadero desafío, no sólo por lo que los medios cuentan, sino por todo lo que omiten.
En tiempos de guerra, las imágenes son poderosas, a veces más fuertes que los hechos (de los que son apenas el resumen de un resumen). De manera que las víctimas civiles y los ciudadanos palestinos en general son exhibidos humanamente a la vez que se ocultan as responsabilidades de los grupos terroristas palestinos y se convierte a sus miembros en “civiles”. Los ataques con cohetes desde Gaza apenas encuentran eco, en tanto que las respuestas militares israelíes ocupan las portadas y son descritas como “agresiones” colectivas, aunque se dirijan específicamente a cuarteles terroristas – que tantas veces se eesconden tras instalaciones civiles.
Esta asimetría semántica no es neutral: moldea la opinión pública alrededor de la idea de que Israel está siempre en una posición de fuerza y que es, por defecto, el opresor. A pesar de la enorme cantidad de información disponible, ésta se nos presenta en formatos prediseñados que simplifican y distorsionan la complejidad de los eventos.
En el actual clima internacional, cualquier intento de denunciar el persistente sesgo antiisraelí se descarta con demasiada frecuencia como un intento político de justificar cualquier acción del estado judío. Sin embargo, exigir a los medios y sus profesionales que se rijan por los parámetros deontológicos que ellos mismos se otorgaron, es esencial para poder abrir el camino a un debate más honesto, más equilibrado y, en última instancia, más útil para la causa de la paz.