Si el mapa – la interpretación, la representación – no se corresponde con la realidad que dice simbolizar, no es tal mapa. Queda, sí, una forma que, en este caso, es proyección de una ideología, de activismo – y que puede ser también de una conveniencia, contemporización, etc. -; mas, el rastro de la realidad que subsiste es meramente anecdótico, apenas el necesario para que algún desprevenido crea que, efectivamente, se trata de una representación cabal del conflicto.
Las crónicas resultan de acciones, de hechos (al menos, se basan en ellos), mas, son los medios y los redactores quienes terminan por “hacer” – o “rehacer” – el suceso y definir a sus actores
El diario español sometía al lector a veleidades literarias - abigarramiento y reiteración de lugares comunes, valoraciones y adjetivos -, así como a la supresión de aquello que hacía peligrar la escenificación. Lo que servía para racionalizar la violencia promoviendo esa figura que nadie fuera de la región se cree: “resistencia pacífica”
Sin disimulo ya. Con el léxico obvio del activismo. Con las omisiones propias de quien no está construyendo una crónica sino texto para convencer. Con todos los ingredientes que lo separan del periodismo.
Ejerciendo cada defecto del periodismo, cada vicio del activismo, traducía y difundía un informe de la politizada B'Tselem, ONG seriamente criticada “debido sus tergiversaciones del derecho internacional, la inexactitud de sus investigaciones y sus estadísticas sesgadas”
En una noticia sobre un atentado terrorista, El País le dibuja a sus lectores un “inusual” ataque contra un cuerpo “militarizado” en el “tercer lugar más sagrado del Islam”, “ocupado” y “anexionado”
¿Cómo es posible que algunas personas que nos encontrábamos a kilómetros de distancia pudiéramos tener un acceso más claro a los hechos que periodistas destacados en el lugar?