Israel como sujeto eterno de la acción

Una vez más, el lenguaje periodístico se convierte en un arma. No es una novedad, pero sí un síntoma que conviene no ignorar: cuando la República Islámica ataca, el titular no dice “Irán ataca”. El foco de la noticia no es el ataque sino la denuncia del ataque. Así, a las dos horas de que se hubiera iniciado el alto el fuego para la República Islámica y que esta tirara al menos dos misiles sobre Israel, los titulares informaban: “Israel acusa”

El agresor desaparecía así del foco informativo. No porque no hubiera agredido, sino porque la redacción de la noticia había decidido reformular los hechos para adaptarlos a una narrativa cómoda y, sobre todo, ideológicamente tolerable.

El verbo acusar introduce inmediatamente la sospecha. No informa, sugiere. No confirma, plantea. De pronto, no es la República Islámica la que lanza misiles —algo que puede verificarse—, sino Israel quien acusa. Como si fuera una percepción. Como si el bombardeo no hubiera ocurrido o al menos no pudiera confirmarse del todo.

El lector casual, que solo consume titulares, se queda con una idea clara: Israel vuelve a “acusar” a alguien. Tal vez tenga razón, tal vez no. Quien acusa puede equivocarse, exagerar o manipular. El punto es sembrar la duda. En ningún momento se asume como hecho lo que la evidencia, los informes militares y los comunicados oficiales confirman. El hecho en sí no “entra” en el titular. Lo que “entra” es la acusación israelí.

Esta fórmula de redacción responde a una lógica muy concreta: cuando el agresor no es un actor occidental, ni un gobierno conservador, ni una democracia, se le protege mediante el lenguaje. Se lo cubre con construcciones en voz pasiva, con perífrasis ambiguas, con la eliminación del sujeto de la acción. Así, el bombardeo no lo realiza Irán, sino que “Israel denuncia un bombardeo”. El verbo se convierte en nexo, el sujeto se oculta, la responsabilidad se diluye.

No se trata de errores puntuales. Se trata de una estructura narrativa preestablecida. En ese relato, Israel es siempre el sujeto de la acción, el que reacciona de manera “desproporcionada”, mientras que sus enemigos —incluso aquellos que proclaman abiertamente su deseo de destruir al Estado judío— son descritos como víctimas, “actores regionales” o “potencias emergentes”. La omisión selectiva se convierte en complicidad informativa.

El sesgo se agrava cuando el lector encuentra noticias que comienzan por la respuesta israelí sin haber mencionado el ataque previo. Es el caso en muchas coberturas de represalias militares: se muestra primero la operación israelí y se menciona, si acaso, el motivo o el ataque inicial en los últimos párrafos. En términos prácticos, el mensaje es claro: Israel ataca. El resto, es contexto.

Esto no es solo un problema de enfoque editorial. Es un atentado a la veracidad informativa. En cualquier otro conflicto, el hecho de que un Estado bombardee a otro sería el titular principal. Solo cuando el blanco es Israel, el ataque se convierte en una denuncia cuestionable. La República Islámica puede amenazar, armar, financiar, infiltrar y lanzar cohetes, pero el foco estará en si Israel “acusa” correctamente.

El lenguaje importa. La omisión también. Y cuando el verbo “acusar” sustituye a “bombardear”, no estamos ante un giro gramatical: estamos ante una manipulación. Si los medios quieren recuperar su credibilidad, tal vez deberían empezar por lo más básico: contar los hechos con claridad.

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