Cómo parece molestar. Que se defienda el judío. Que sea proactivo – ay, occidente, tan melindroso, tan perdido en el laberinto los miedos que se ha fabricado, de los que ha alentado. Que sus enemigos sean tan marcadamente infames, brutales y retrógrados – porque obliga a patentes abaratamientos del decoro y la razón; no por otro motivo.
Cómo parece molestar que el judío no sólo quiera sobrevivir en su fuero interno, en la intimidad de sus anhelos, sino en el plano de la realidad que afecta a quienes pretenden eliminarlo. Ese judío no gusta. ¿Qué sujeto sacrificial es aquel que se rebela a tal papel impuesto? Ese judío, no gusta nada, no señor; viene a quebrarle el guion de ofertas expiatorias a occidente: el judío, Israel, entregado al radicalismo del islamismo por unos años más de fingida calma.
Cómo parece molestar la realidad, que hace falta la hipérbole, el engaño, el juego abyecto de complicidades y silencios; disfrazando lo que no es, de lo que se precisa que sea, y lo que es, de vacío: Sudán ninguneado, o los uigures doblemente invisibilizados. Ni derechos ni humanos. Ni informadores ni cooperantes. Ni moral ni franqueza. Todo una trampa que ya ni se disimula con la hojarasca de la diplomacia o del tan pregonado compromiso con “los elevados valores” (el buenismo claudicante).
Como parece seguir molestado el judío. ¿O se siente más cómodo si digo Israel?