Una de las fórmulas simples para sesgar, para manipular, para convertir la información en desinformación, en definitiva, es confundir el hecho como una cosa concluida, cerrada, limitada, y que se explica por sí mismo, por el proceso. Evidentemente, no con esta base teórica en mente, si se quiere, porque su implementación es mucho más chabacana: la inercia que repite un guion propagandístico a través del recurso manido de la omisión del contexto, del antes y el después, el durante, del proceso histórico en el que se encuentra la instancia que está sucediendo, que viene ocurriendo y que se desarrollará de una u otra manera.
En un alarde de la estupidez, la medianía más descarada y el colaboracionismo, lo que acontece y viene teniendo lugar en Oriente Medio se reduce al hecho, o ni siquiera, sino al dictamen estático e imperecedero “Israel ataca”. Anulando, censurando vulgarmente y evidente once meses de ataques de Hizbulá. No sólo un grupo terrorista, sino un sindicato mafioso dedicado al tráfico de drogas y a lavado de dinero. Que ocupa buena parte del el Líbano al mando de la criminal Guardia (¿o guarida?) republicana del régimen de la República Islámica comandada, por su parte, por un “Líder Supremo” a la cabeza de una dictadura teocrática. Pavada de pinceladas de pintura blanca.
Así, puede hablarse invocarse el “cese al fuego” si y sólo si Israel responde al ataque. Como ocurrió en Gaza. Los eternos cohetes del también financiado en parte por la estructura de los ayatolás – junto a Catar, claro – fueron y son igualmente ignorados. La “tregua”, el “basta ya”, se pone en marcha cuando estos alfiles del régimen iraní corren peligro.
“Alto el fuego”, pues, no tiene, en las voces de cierta serpentina y cómplice diplomacia, de cierto periodismo estulto y obvio, de corrompidas ONG, un carácter humanitario ni moral. Es un dispositivo para cercenar el derecho a la defensa del estado judío, y es, un método para salvaguardar las injerencias de Irán y de Catar en esa parte del mundo. Es una trampa. Un chantaje.
Decía Winston Churchill sobre aquel acuerdo de Múnich, que él siempre había sido de la opinión de que “el mantenimiento de la paz depende de la acumulación de elementos disuasorios contra el agresor, junto con un esfuerzo sincero por reparar los agravios…”. A Israel se lo arroja, en cambio, vez tras vez a pactos o pretensiones de tratados que, con la elocuente mentira de la paz y la justicia, pretenden en realidad mermar su capacidad ya no de disuadir, sino de defenderse del incesante agresor. Pero no sólo al estado judío, claro está, sino a los palestinos y libaneses de a pie que padecen las consecuencias de los conflictos iniciados por sus líderes y, sobre todo, las políticas locales de Hamás, Yihad Islámica Palestina, Hizbulá y, sí, también, la corrupta Fatah que también cuenta con su “brazo armado”.
Viendo más allá, pero no tanto como para alcanzar a nuestros tiempos y la cercanía de la República Islámica de Irán a su afán nuclear, decía el líder británico:
“Cuando pienso en las justas esperanzas de una larga paz que aún se abrigaban ante Europa a principios de 1933, … y en todas las oportunidades de detener el crecimiento del poder nazi que se han desperdiciado, cuando pienso en las inmensas combinaciones y recursos que se han descuidado o malgastado, no puedo creer que exista un paralelismo en todo el curso de la historia. Por lo que respecta a este país, la responsabilidad debe recaer en quienes tienen el control indiscutible de nuestros asuntos políticos. Ni impidieron que Alemania se rearmara, ni nos rearmaron a nosotros a tiempo… Descuidaron alianzas y combinaciones que podrían haber reparado errores anteriores, y así nos dejaron en la hora de la prueba sin una defensa nacional adecuada ni una seguridad internacional efectiva…”.
La diferencia crucial entre aquellos años y esta época es que no hay un Churchill a la vista.