7/10/2023

Se acerca esa fecha. Hecha de desconsuelo. De persistencia.

Mas, no como el tiempo nos trae los días. Tampoco como se esperan ciertas horas. Ni siquiera como se fantasea con aplazar un instante inexorable.

No. Se avecina con gritos y ausencias. Y con el renovado y descarado odio de antaño. Ese que decían que ya no. O que, de tan marginal, tendía a nada. Ese, que se pavonea. Alardea.

Se aproxima con un obsceno, y mayoritario, periodismo ya no obsecuente con el terrorismo islamista, sino disciplinado propagandista de sus grotescas justificaciones. Como cómplices, en definitiva.

Llega llorada y silenciada y ninguneada. La fecha. Ese día que sigue sucediendo, implacable, para aquellos que sobrevivieron, para los familiares de los asesinados y para aquellos que tantos ojos en Rafah se esforzaron por no mirar. Se esfuerzan por ignorar.

Esa fecha es el 7 de octubre. Claro. Marca un año de la barbarie de Hamás y sus socios. El salvajismo que tantos pretendían ignorar, rebajándolo al mundo abstracto de la mera retórica, de la cháchara exaltada. La brutalidad que siempre había estado allí, pero que no había podido perpetrar un despreciable y masivo “éxito”.

Sí, todo eso. Y el dolor que atraviesa a un pueblo de lado a lado: a la velocidad de la luz punzó a cada judío con la marca inefable de una memoria desgarradora. De una estigmatización actualizada y legitimada.

Si. Eso. Pero, sobre todo, esta fecha conmemorará la muerte de la dignidad occidental. De la sumisión a sus miedos y a los temores invitados como ‘diversidad cultural’, a los beneficios inmediatos y maculados; a las ideologías totalitarias, a la moral de señalamiento y ostracismo. Políticos. Periodistas. ONG. Entidades internacionales. ‘Artistas’. Todos en el mismo retrato infame: como en un cuadro de Goya, comiendo a mordiscos al pueblo ofrecido, sacrificado. Un retrato editado, claro: detrás hay fauces que ya se aprestan a tragarse de un bocado a esos adalides de un nihilismo y un idiotismo trasnochado.

A ellos, el 7 de octubre, Hamás, Yihad Islámica, Irán, los hicieron desenmascararse. A ellos, que creían ir vestidos de honra y de casas de alta costura, e iban con esa desnudez propia de los inescrupulosos y los mediocres.

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