Lejos quedaron los tiempos en los que El País mostraba un serio compromiso a la hora de tratar el Holocausto. Si antaño hubo un esfuerzo por no banalizarlo, hoy el revisionismo antisemita está al orden del día en el diario.
Alemania ante Israel: de la culpabilidad a la complicidad titulaba su Tribuna en El País, Sami Naïr. Un mero ejercicio de banalización del Holocausto.
No quiero comparar pero comparo…
Desde el primer párrafo, el artículo de Sami Naïr introduce una comparación que desactiva el carácter único del Holocausto: “aunque no comparable al Holocausto como crimen único e inimaginable”, escribe, para luego describir la acción militar israelí como un “nuevo Mal extremo”.
Esta fórmula —”no comparable, pero…”— está en la tapa del libro de la banalización del Holocausto. Un modo de relativizar, es decir negar la esencia del genocidio, pero sin asumir la responsabilidad directa de hacerlo.
La retórica del relativismo al servicio del revisionismo histórico.
La frase final de ese primer párrafo lo confirma, al definir a Israel como
“vector de un nuevo Mal extremo”,
El artículo insinúa, o más que eso, que Alemania está pagando su culpa colaborando con otro Holocausto. De hecho, basta leer los comentarios de los lectores de El País que ratifican haber entendido perfectamente lo que Sami Nair insinúa con brocha bien gorda.
Esa relación simbólica sugerida —culpa por el Holocausto original, complicidad en uno nuevo— es un abuso narrativo y una manipulación inmoral que transforma la Shoah en una simple moneda de cambio político.
Naïr invoca que, “según la ONU”, las acciones de Israel “comparten características del crimen de genocidio”. Esta afirmación oculta un dato esencial: la ONU no ha declarado oficialmente que Israel cometa un genocidio. Alude probablemente a opiniones de relatores individuales —no vinculantes ni unánimes— y las eleva al nivel de juicio institucional. Eso distorsiona la legalidad internacional.
De hecho, es interesante notar que el enlace que incluye el medio para sostener esas acusaciones no lleva a ninguna resolución de la ONU, sino que llevan a otro artículo de Sami Naïr. Una suerte de “es así, porque yo ya lo dije”. Pero ni siquiera en ese artículo, menciona que la ONU haya dicho nada, es un artículo que se limita a banalizar el términos como “genocidio” y “exterminio”,
Llamar “genocidio” a una guerra iniciada por una organización totalitaria terrorista que invadió, asesinó, torturó y secuestró civiles no solo falsea el término, sino que trivializa los verdaderos genocidios históricos.
En una suerte de concesión retórica vacía, el autor menciona que “Hamás también será responsable ante la historia”, sin embargo dedica todo su análisis a culpar exclusivamente a Israel y Alemania, ignorando deliberadamente el uso de escudos humanos, el empleo de infraestructura civil con fines militares o el rechazo sistemático de treguas por parte de Hamás.
Naïr sostiene que Alemania “paga su deuda con el silencio cómplice”, que está “rehén de su pasado”, y que eso “hace también rehén a Europa”. Este razonamiento convierte al judío en amo manipulador de occidente, ¿Les suena la imagen?
La lógica del texto es profundamente perversa. Equipara la relación histórica entre Alemania e Israel a una obligación patológica, y sugiere que esa “culpa” impide a Alemania tener criterio moral. En lugar de contemplar la posibilidad de que Alemania no se permita caer en un simplismo propagandístico y que apoye a Israel como Estado soberano y democrático bajo ataque, se interpreta ese apoyo como una forma de autoengaño neurótico.
La pregunta retórica “¿Qué legitimidad simbólica tendrán los israelíes para recordar el genocidio del que fueron víctimas cuando su ejército es hoy verdugo del pueblo palestino?” es de una agresividad simbólica extrema. Supone que la existencia misma de Israel como memorial viviente del Holocausto queda anulada por su respuesta militar ante ataques terroristas.
Es una manera de decir que los judíos han “perdido el derecho” a recordar su historia si no actúan según el criterio moral de Sami Naïr.
Naïr incurre en un patrón recurrente en ciertos círculos intelectuales: el uso de la memoria del Holocausto no para prevenir crímenes, sino para culpabilizar al pueblo judío de su pasado y presente. Cabe recordar que Sami Naïr fue acusado de antisemitismo en años anteriores. En 2002, firmó un artículo en Le Monde que fue denunciado por considerarlo antisemita. Aunque inicialmente fue condenado, la sentencia fue revocada en 2006 por el Tribunal de Casación por violar la libertad de expresión.
Este artículo no es una crítica legítima a la política israelí, sino un intento sofisticado de reconstruir la narrativa del Holocausto para usarla contra el propio pueblo judío. Lo que Naïr presenta como moralismo humanista es en realidad un ejemplo claro de la nueva judeofobia progresista: aquella que cambia el odio al judío por el odio a Israel, pero que conserva la estructura simbólica del antisemitismo clásico.