1989, el muro de palabras y pixeles

En 1989, y probablemente ya un poco antes, una mayoría de esas que parecen un todo, creían que la hora de la democracia global llegaba. Que era el momento de integrar – fluyeron los marcos, los dólares, libras, francos y los bienes – al este de Europa harto de totalitarismo comunista. Incluso, que a China podía ir acogiéndosela con arrumacos de mercado. Una fiesta de la esperanza, el comercio y, sí, de la interesada y circunstancial ceguera.

El totalitarismo adquirió un signo diferente en Rusia; en China, ni siquiera. Evidentemente, Europa no resultó un lugar más seguro. La región del Pacífico, incluso, parece más inseguro. Lo único que ha cambiado es que la autocracia se ha hecho más aceptable para grandes sectores sociales en Occidente. El dinero y tik tok no lo pueden todo, pero casi, casi.

Con el antisemitismo pasó algo similar. Después de la barbarie nazi parecía que ese, y otros odios, serían desterrados del catálogo de las formas de vincularse unos con otros. Nada más alejado de ello. A la primera de cambio, ahí estaba, apenas encalado con dos o tres etiquetas que se pretendían infalible disfraz. Ni siquiera la masacre perpetrada por Hamás – un culto genocida y supremacista islamista – pudo morigerar la necesidad, pulsión o miseria social que hinchaba el prejuicio como tantos antes. No, al contrario, lo acrecentó y lo desinhibió totalmente. El antisemitismo ya no tiene que esconderse; es una insignia que se lleva con orgullo, con la sensación de estar señalando la pertenencia al círculo de los impolutos morales.

En 1989 y en 1945 sólo cayeron ropajes, atrezos. Ni siquiera símbolos. Es más, en ambas fechas, no cayó nada; se comenzó a colocar el disimulo para los “nuevos tiempos”. La sonrisa, la “causa” floral, la “globalización” y el “multiculturalismo” vistieron de seda a los viejos regímenes, corruptelas, odios expiatorios y humanos sin derechos. Pero no pasaba nada. Porque el ropaje traía consigo la “modernización” de ciertas ONG, de agencias de la ONU, “periodistas”, políticos, universidades y demás genuflexos de la oportunidad. Vamos, tampoco aquí hay ninguna novedad. Los soviéticos fueron verdaderos maestros en aquello de cooptar, crear organizaciones, tener en nómina a “agentes de influencia” y demás formas de penetración y socavamiento. Los líderes palestinos no inventaron nada, ya se ve. A lo sumo, aprendieron bien, con Mahmoud Abbas a la cabeza, que durante su estancia en Moscú elaboró su infame tesis doctoral que negaba el Holocausto – algo que los servicios soviéticos ya venían haciendo y alimentando.

Todo, todo el tiempo a la vista. Cambiándose una chaqueta, un sombrero, un rictus por otro. Rojo tela por un rojo neón. Detrás del aspaviento, de la mentira, de la propaganda, los presos políticos, las minorías perseguidas. Pero eso qué importa, hombre; no estorbe y sea pragmático: ¿o de dónde se cree usted que viene el gas? ¿Y la consola? Observe, ahí, a esos judíos; disculpe usted, quise decir sionistas. Esos controlan el mundo. Observe cómo maquinan, ahora que tienen un estado. Obsérvelos, desprécielos, y juegue con la maquinita, encienda el gas y prepárese un café.

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