Señores periodistas, para su conocimiento: genocidio y limpieza étnica

Según el Museo del Memorial del Holocausto de Estados Unidos, Rafael Lemkin (1900-1959), creó la palabra “genocidio” combinando geno-, término griego que significa raza o tribu, con –cidio, del término latín que significa matar. Al proponer este nuevo término, Lemkin se refería a “un plan coordinado compuesto por diferentes acciones que apuntan a la destrucción de los fundamentos esenciales de la vida de grupos nacionales, con el objetivo de aniquilar dichos grupos”.

El diccionario de la RAE lo define como el “Exterminio o eliminación sistemática de un grupo humano por motivo de raza, etnia, religión, política o nacionalidad”.

El concepto de “limpieza étnica”, que la RAE define como un eufemismo de “genocidio”, surgió en los medios durante las guerras en la antigua Yugoslavia a principios de la década de los noventa del siglo pasado. La Comisión de las Naciones Unidas que lo define como el acto de homogeneizar una zona mediante el uso de la fuerza o la intimidación para desplazar de un área determinada a personas de otro grupo étnico o religioso. En definitiva, el objetivo es eliminar o aniquilar un grupo humano en particular.

Eliminar o aniquilar, el resultado de un genocidio o una limpieza étnica es la disminución drástica de un determinado grupo de personas.

Eso fue lo que sucedió con la población judía mundial a raíz del Holocausto. Antes de esa masacre de escala industrial, se estimaba la población judía global en 16,6 millones. De acuerdo a un informe de febrero de 2015 del Pew Research Center, en 1939, de esos 16,6 millones, 9,5 vivían en Europa. Al final de la II Guerra Mundial, en 1945, la población judía en Europa se había reducido hasta los 3,8 millones. Seis millones habían sido exterminados.

Esta semana, la Oficina Central de Estadística de Israel ha publicado las cifras de las comunidades judías existentes a día de hoy, luego de la Shoa: unos 14.5 millones de judíos en el mundo. Es decir, 73 años después de finalizada la II Guerra Mundial, la población judía no siquiera alcanzado sus cifras originales. Aún restan 2.2 millones de nacimientos…

Ahora bien, cuando los medios alegremente reproducen las difamaciones palestinas – vamos, la propaganda dirigida a deslegitimar y demonizar a Israel – sin aclaración alguna, están siendo cómplices de una mentira. No de cualquier falsificación, sino de una que banaliza los verdaderos genocidios y limpiezas étnicas (Sudán, Myanmanr, etc.).

La población palestina, en contra de sus afirmaciones de “genocidio” y “limpieza étnica” pretendidamente perpetrados por Israel, hasta 2011, y según la agencia de noticias palestina Ma’an, se había multiplicado: según la Oficina palestina de Estadística, en 1948 había 1.4 millones de árabes. A finales de 2010, se estimaba su población global en 11 millones: 5,5 millones en Israel, Cisjordania y Gaza.

Pero veamos algunos cuadros elaborados por la propia Oficina palestina de Estadística.

Este primero es revelador. Refleja la progresión de la población árabe palestina en Israel. Pero hace mención al Estado judío mediante la fórmula elocuente: “territorios palestinos ocupados en 1948”… Seguramente, una de las tantas formas de preparar a su población para la paz. Y una de las tantas pruebas de que han reconocido la existencia de Israel.

Como sea, incluso en Israel, la población árabe no hace más que crecer. Como sucede en todo genocidio.

Entre 1997 (Cisjordania, 2,783,084; Gaza 995,522) y 2016 (Cisjordania 4,816,503; Gaza 1,881,135) – es decir, en sólo 19 años -, según esta misma oficina, las poblaciones casi se han duplicado.

Entonces, señores profesionales de la información, cuando citáis a un líder palestino o a un activista anti-israelí afirmando el despropósito de la “limpieza étnica de los palestinos”, lo suyo es indicarle al lector que aquello que está aseverando el calumniador de turno es falso, y que lo es por lo recién mencionado.

No hacerlo, es convertirse en cómplice de una mentira que tiene un único objetivo: demonizar a Israel con el fin de deslegitimarlo y, así justificar los ataques contra dicho estado.

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